La mañana en que Cristhian Guon tomó la decisión más importante desde que Pamela se había ido de su vida, el cielo sobre la ciudad parecía haberse limpiado para dar paso a un sol tímido pero persistente. Las semanas sin ella se le habían vuelto un castigo silencioso, pero constante. Sabía que no bastaban las palabras para enmendar sus errores. Ahora, solo los actos podían reconstruir lo que el orgullo y el miedo habían desgarrado.
Con el paso del tiempo, había buscado formas sinceras y simbólicas de demostrarle a Pamela que estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para merecer una nueva oportunidad. Y por eso, esa misma tarde, cuando el reloj marcaba las cuatro en punto, Pamela fue conducida hasta un invernadero en la azotea del mismo hotel donde habían tenido su primera cita.
Theresa la había convencido con sutileza, diciéndole que necesitaba un respiro, que no todo era trabajo, que la vida también merecía pausas hermosas.
Pamela entró sin saber exactamente qué esperaba encontrar.