El silencio en Étoile era espeso, cargado de una tensión invisible que se colaba por cada rincón. Pamela recorría los pasillos con una mezcla de rabia e impotencia tras los eventos de la noche anterior. La explosión aún resonaba en su memoria como una bofetada cruel, arrancándole no solo los archivos confidenciales, sino también parte de su estabilidad. Axel seguía sin dar señales, y con él se había esfumado la única posibilidad de recuperar información clave.
Afuera, la lluvia acariciaba los ventanales como dedos que suplicaban entrar. Adentro, Pamela sostenía una caja de metal ennegrecida por el humo. Alguien la había encontrado entre los escombros del ala privada de su oficina: un archivo antiguo, una caja fuerte portátil que había guardado por años y que, sorprendentemente, había resistido el impacto.
—¿Estás segura de que quieres abrirla aquí? —preguntó Theresa, quien había llegado minutos antes con un abrigo empapado y expresión sombría.
—No —dijo Pamela con voz firme—. Lo haré