El crepúsculo caía sobre la ciudad como un velo húmedo y pesado. Las luces de los faroles apenas lograban penetrar la bruma espesa que comenzaba a adueñarse de las calles. Pamela observaba desde la ventana de su oficina en Étoile, sintiendo un nudo creciente en el pecho. Aquella niebla tenía algo inquietante, como si ocultara más que humedad en el aire.
—¿Luz? —la voz profunda de Cristhian rompió el silencio, haciendo que ella girara lentamente hacia él.
—No puedo quitarme esta sensación de encima —susurró Pamela, envolviéndose más en su abrigo—. Como si algo estuviera a punto de suceder.
Cristhian se acercó, con esa calma controlada que ocultaba siempre una tormenta lista para desatarse si ella estaba en peligro. Le tomó la mano, y sin decir más, la guió fuera de la oficina. Iban a salir por el pasillo principal del edificio cuando una vibración sorda, seguida de un estruendo abrumador, sacudió el suelo bajo sus pies.
El impacto los arrojó hacia la pared. Pamela gritó, sintiendo cómo