—¡Mira ese vestido! —chilló Larissa, señalando emocionada uno color beige desde el otro extremo de la tienda.
Salir de compras con Larissa era una experiencia agotadora, más intensa que una resaca mal llevada. América había perdido la cuenta de cuántos vestidos se había probado solo para que su amiga frunciera el ceño en cada uno. Después de un par de horas, rogó un receso. Necesitaba aire, un descanso, algo dulce.
Se refugió en una cafetería junto a Zoe, quien no se quejó cuando América se desplomó sobre la silla como si acabara de sobrevivir a una batalla.
—Necesito azúcar o moriré aquí mismo —murmuró entre risas mientras tomaba un sorbo de su bebida.
El descanso fue breve. Pronto estaban de vuelta entre estantes y vitrinas, en busca del atuendo perfecto para la fiesta de cumpleaños y los tacones que la harían verse —según Larissa— "como una diosa, aunque tengas ganas de llorar".
Virginia, siempre detallista, había comprado para ella un conjunto de lencería rojo pasión con encaje bl