—Mira, ahí viene de nuevo, cómetelo —le susurró Larissa, inclinándose hacia América con una sonrisa pícara.
América giró el rostro y lo miró: Gustavo se acercaba junto a sus amigos. Uno a uno, ellos invitaron a bailar a sus amigas, hasta que sólo quedaron Gustavo y ella en la mesa. Él se sentó en el lugar de Larissa, sin pedir permiso, con esa seguridad con la que siempre se había movido desde la secundaria.
—¿Tu número? —preguntó, sacando su móvil del bolsillo con naturalidad.
Ella tomó el teléfono, anotó su número y su nombre, y luego se lo devolvió. Él lo marcó para que quedara registrado en su celular. América vio su pantalla y guardó el número bajo su nombre.
—Ahora sí, vamos a bailar —dijo él, extendiendo la mano.
“Hombre precavido, vale por dos: pidió el número, pagó antes de bailar”, pensó ella, divertida.
Después de dejar a las chicas en el antro, Nathan llamó a Patricia. Le preguntó si podía pasar por su apartamento, y como siempre, ella le dijo que sí. Eso era lo que más le