Cyrus llegó a la oficina de su padre todavía con una mezcla de vergüenza, fastidio y algo parecido a resignación. Habían pasado apenas unos minutos desde que Louis los sorprendiera a él y a Stella más pegados de la cuenta en su oficina, y Cyrus aún sentía el eco del jadeo aterrorizado de ella mientras se separaban como si hubieran sido desenchufados de golpe.
Ahora, frente a la puerta de la oficina de su padre, respiró hondo y llamó con los nudillos.
—Adelante —se escuchó la voz grave de Louis, que lo estaba esperando.
Cyrus entró. Louis estaba sentado detrás del escritorio, las gafas sobre la punta de la nariz, revisando documentos. Levantó la mirada apenas entró su hijo.
—Si me llamaste para regañarme por lo que acabas de ver… —empezó Cyrus, cerrando la puerta detrás de sí— te adelanto que te estás equivocando. Lo que Stella y yo te dijimos era verdad. No estaba pasando nada malo cuando nos viste.
Louis dejó las gafas sobre el escritorio, entrelazó los dedos y lo miró con esa expres