Cyrus había pasado toda la mañana intentando concentrarse, pero algo dentro de él no se lo permitía. Desde hacía un par de días, observaba a Stella con una atención que él mismo no terminaba de comprender. No era solo por su eficacia —que, debía admitir, era impecable—, sino por esos gestos sutiles que la delataban cuando alguien se acercaba demasiado a ella.
Un leve movimiento hacia atrás, el cuerpo tensándose de inmediato, la respiración que se volvía contenida, casi invisible. Lo había visto más de una vez: cuando uno de los mensajeros se inclinó sobre su escritorio para entregarle un sobre, cuando un cliente se acercó demasiado al ascensor, incluso cuando uno de los chicos del área de informática chocó sin querer contra ella en el pasillo.
Ella sonreía, sí, pero aquella sonrisa era una máscara frágil, tan artificial que a Cyrus le provocaba una incomodidad que no sabía explicar.
Había algo en ella que no encajaba. Algo que no coincidía con la mujer de respuestas firmes y mir