El atardecer caía lento sobre la ciudad, tiñendo el cielo de tonos ámbar y rosados. Cyrus condujo en silencio, con una mano en el volante y la otra entrelazada con la de Stella. De vez en cuando, le lanzaba una mirada discreta a ella, que observaba el paisaje con los labios entreabiertos y los ojos reflejando la curiosidad de quien no sabe adónde la llevan, pero confía plenamente en quien la guía.
—¿Vas a decirme adónde vamos o vas a seguir con el misterio? —preguntó ella, sonriendo.
—Mmm… creo que me gusta verte adivinar —respondió él, divertido, sin apartar la vista del camino, pero llevando la mano de ella a sus labios para darle un beso.
—¿Y si no adivino?
—Entonces será una sorpresa perfecta.
Stella rodó los ojos, riendo por lo bajo. Aquella risa suave era la música que más le gustaba a Cyrus. Cada vez que la escuchaba, sentía que todo dentro de él se calmaba.
Después de unos minutos más, y de adivinar erróneamente, el auto se detuvo frente a un pequeño restaurante a