El silencio cayó de golpe, tan abrupto que hasta el sonido de sus propios corazones pareció desaparecer.
Cyrus se apartó de Stella con un respingo, el corazón latiéndole con fuerza, mientras sus ojos se encontraban con los de su aodre y Andrew, parados unos metros más allá, en la esquina del pasillo.
El rostro de su padre era una máscara de seriedad impenetrable; el de Andrew, en cambio, estaba congelado entre la sorpresa y la incomodidad.
Por un instante, nadie habló.
Solo se escuchaban las respiraciones entrecortadas de Cyrus y Stella, que seguían de pie, a poca distancia el uno del otro.
Louis fue el primero en romper el silencio.
—Cyrus —dijo con voz grave, contenida, como una tormenta al borde de estallar—. Te espero en mi oficina.
No levantó la voz, pero el peso de sus palabras bastó para helar el aire. Luego se dio media vuelta con la dignidad de quien no necesita gritar para imponer autoridad. Andrew lo siguió, sin atreverse siquiera a mirar atrás.
Cyrus tragó saliva,