Desde su tragedia familiar, Stella no recordaba haber pasado un momento tan angustiante como el que estaba viviendo. Desde el momento en que Cyrus se fue para hablar con su padre, la espera se había vuelto insoportable.
Estaba sentada frente al escritorio de él, las manos entrelazadas sobre el regazo, mirando la puerta como si en cualquier momento fuera a abrirse.
El reloj sobre la pared marcaba los minutos con una precisión cruel.
Cada tic tac era un recordatorio de lo que podía perder: su empleo, su estabilidad, la única paz que había logrado construir después de tanto dolor... y a Cyrus, seguramente.
Intentó concentrarse en algo, en los papeles sobre la mesa o en la ciudad a través del ventanal, pero nada funcionaba. Todo en su cabeza giraba en torno a Cyrus y a lo que su padre podría estar diciéndole en ese preciso instante.
«Le pedirá que se aleje de mí… o peor, me despedirán», pensó, sintiendo un nudo formarse en la garganta.
Louis Leroux no era un hombre con fama de toler