Azzura está atrapada en una lucha interna entre la culpa y sus sentimientos. Pero lo que realmente la rompe es la partida de Bal.
BaldassareApoyo la cabeza en el asiento. No hay peligro; Guido ya no nos matará con su forma de manejar. Nos hemos relajado al no tener a nadie siguiéndonos. El móvil vibra en mi bolsillo. Lo había puesto en silencio cuando estaba con Azzura. La espalda me está pasando factura por tantas horas tatuando. Merda, pero valió la pena cada trazo en su piel. Saco el celular y entrecierro los ojos al ver la pantalla.—Número desconocido —informo.Neri se gira en el asiento del copiloto. Oprimo la tecla y me incorporo de golpe al reconocer los disparos a través de la línea.—¡Bal, ayúdame…! —la voz alterada de Santo me golpea.—Santito, ¿qué pasa? —pregunto, todo mi cuerpo en máxima alerta.Me escurro entre los asientos.—Hay muchos… muchos disparos en la villa… Tengo miedo —llora el pequeño.—Escóndete —digo y coloco el altavoz—. Guido, ve a la villa de Azzura. Adesso.Me encargo de meter urgencia en la orden.—Viene alguien… Bal, tengo miedo… —su voz se reduce.El miedo se atenaza en mi estó
BaldassareMe pregunto si Azzura heredó el carácter ácido de ella. En el físico, nada que ver. Es que, viéndolo todo de cerca, fui un iluso. Azzura tiene la genética de los Minniti.—Sácame de este sitio. Prometo no huir de la cueva —ruega Santo y se arroja a mi pierna. Me conmueve—. Per favore, no buscaré peleas. Solo llévame.La mano delicada de la mujer en mi palma logra que corte mis emociones y desvíe mi mirada del sufrimiento del niño.—Grazie por matarlo —dice con voz rota, y la ayudo a levantarse.Carmina Serra me observa, evaluándome. Busca si soy amigo o enemigo. Aparta su mano y da dos pasos atrás, evitando mi mirada. Se pasa la manga del pijama por la frente, regándose la sangre, y arruga su cara en el proceso. Mi suegra es bonita, con un porte elegante; su cabello suelto enmarca su rostro, y baja la mirada para observar sus pies descalzos.—Los disparos han acabado —murmura Ariel, rompiendo el incómodo silencio.Toco la cabeza de Santo.—Santito, tranquilo, todo terminó —d
AzzuraLa villa se incendia y con ella mi fortaleza. Escuchar a mi madre suplicando por el Biondo Diavolo me sofoca. «Per favore», se repite en mi cerebro. Dudé de él y mi madre lo protegió. Estoy anonadada. El disparo no me despertó. Me siento vagando fuera de mi cuerpo.—Déjame ver la herida —la voz de mi madre tira de mi alma.Me obligo a mirar. La profesión la mueve y examina el brazo de Baldassare. Merda, sus ojos me penetran el alma. El pecho se me comprime al ver lo que ocasioné.—Nadie preguntó, pero ahí les va el dato. —Scarido me salva por enésima vez y desvío los ojos hacia él—. El ataque no es por parte de Cosa Nostra —hace una pausa para restregármelo en la cara—, sino por los albaneses.Scarido patea al tipo, aplastando con la suela su espalda hasta que presiona su mejilla en el pavimento.—Su vestimenta es de Cosa Nostra —refuta Terzo.—No es mi culpa que no puedas apreciar el buen gusto de Cosa Nostra —murmura con soberbia el Biondo Diavolo.—La bala solo rozó el área —
Azzura«¿Qué hace un Vitale en mi propiedad?», la pregunta flota en mi mente.—No quiero ser aguafiestas —responde el Biondo Diavolo, pero no da la respuesta correcta—, pero el incendio debe apagarse.—Ya llamé a emergencias —informa Kenta.La tensión corta el aire y un teléfono suena, sumando más drama.—Es el Don —comunica Terzo con voz amortiguada.«¿Algo peor puede suceder?».—Infórmale que tienes al enemigo en tu territorio y no lo has matado —dice con burla Maddelena.Esto se me ha salido de las manos. Maddelena usará esa carta en mi contra. Lo puedo leer en su mirada de hiena.—No es lo que piensas —discute Terzo, mintiendo en mi defensa mientras aprieta el celular en su mano.El maldito aparato finalmente calla. Su semblante lo delata: puro alivio. Recorro con la mirada a mi alrededor hasta que mis ojos se pierden en Baldassare. Merda, odio verlo abatido. No tiene que gritar al viento que lo lastimé porque lo puedo leer. «Azzura, ya le has hecho mucho daño». Baldassare se ha en
BaldassareNo puedo creer que tenga en mis brazos a Azzura. Mi Gacela. Mi mujer. Demonios, mi corazón va a estallar de felicidad. Soy el despachador, el diavolo despiadado cuando amerita. Estaba decidido a irme, para no darle más problemas. Aunque sabía que no duraría mucho mi distancia. La buscaría. Continuaría demostrándole lo bien que la pasamos juntos. Nuestros cuerpos son imanes. Mi vida es mejor con una Gacela retándome. Mis sentimientos son tan fuertes que, si la pierdo, el fuego de la villa se quedaría corto comparado con el mío.Los asiáticos han decidido salir en sus motocicletas. Amerigo está con la puerta del conductor abierta, apoyando el brazo en ella.—Los seguimos —anuncia Amerigo.No sé cómo se tome el Capi y los demás la llegada de tantas personas. Extraños. Incluso para mí. Tengo que consultarlo como el equipo que somos. No puedo exponerlos. La cueva es su hogar.Guido llega con la camioneta, se baja y trota hasta ubicarse delante de nosotros.—El Capi dice que son b
AzzuraBaldassare me lleva de la mano a la vivienda llamada Roca, en Rosarno. No se molestaron en vendarnos los ojos, porque no es su hogar. Nos permitieron observar el camino, pero no lo considero confianza, cuando nos están llevando a un experimento. Puedo entender la desconfianza, pero traer a mi famiglia a un barrio peligroso no creo que sea protección. Me daría miedo si viniera sola, pero estoy con ellos.La Roca se encuentra al final de una calle sin salida. Es una estancia de tres pisos, derruida. Guido nos guía al interior, y me quedo con la boca abierta al toparme con el piso de mármol. Afuera no hay lujos, solo se ve hediondez, pero adentro la elegancia grita en cada rincón. El olor a cerrado me golpea en las fosas nasales, mezclado con un cítrico fuerte. De seguro limpiaron a toda prisa por nuestra abrupta llegada.Se oyen murmullos desde dentro, y caminamos por un pasillo adornado con cuadros de paisajes italianos. Son impresionantes. Entramos a una sala acogedora, y recono
AzzuraEl gruñido posesivo de Baldassare me saca de mis delirios por él.—Primo, es mi Gacela —dice mi obsesivo, y mi mamma pone los ojos en blanco—. Y con mucho gusto cometo ese peccato hasta que me muera —acepta que sea su cruz y consigue que me derrita sin tocarme, solo con su declaración.Es visceral, porque desde que lo conocí supe que él era mi peccato y mi rovina.Carmina sonríe de oreja a oreja, y con ese gesto compruebo que este hombre ha logrado entrar en nuestras vidas. Se ha ganado a mi mamma demasiado rápido, y al mirar a Narciso veo su tristeza. Ella vino a aceptarlo cuando ya no éramos nada. Pero con el Biondo Diavolo se nota la aceptación a gran escala.—Santito, ven a abrazarme —habla Immacolata mientras se acuclilla y abre sus brazos para él.Él pasa como un celaje por mi lado y se arroja con fuerza a su cuerpo. La mujer cae al piso con el niño. El hombre de las gafas oscuras, el Capi, deja de ser una estatua y se dobla a despeinar el cabello de Santito.—Dame un segu
BaldassareEscucho a mis hermanos discutir por la ruta que deben tomar. Merda, vienen hacia la Roca. Debo notificarle al Capi. No vaya a pensar que vienen con malas intenciones.—Ya no hay manera que se devuelvan —afirmo mientras observo como bajan los heridos por las escaleras.Los Sovrano tienen su clínica en los sótanos. Lo bueno es que, si viene uno grave en camilla, lo entran por una puerta secreta. Eso me trae recuerdos de Constantino siendo traslado por ese túnel. En ese instante no le di importancia, pero fue escalofriante.—Negativo, vamos a ver lo bien que estás —responde Chris.—Me informaron que apagaron el fuoco —agrega por la línea Felice.—¿Traes a la cuñada?—Por supuesto. No te emociones mucho —alza la voz la alocada mujer de Christoph.—Tengo que colgar.No me despido y cierro la llamada. Me acerco al rellano, al lado de Carmina, y sus ojos fuertes me enfrentan.—Debo informar al Capi de la llegada de mis hermanos —hablo con prisa.Ella solo me observa con su rostro i