El aire estaba pesado, cargado de la tensión de una guerra que nunca se detendría. Las cicatrices de la batalla anterior seguían frescas en mi alma, y cada vez que miraba a Kian, veía no solo al alfa fuerte y decidido que siempre había conocido, sino también a un hombre marcado por la incertidumbre y la fatiga. Esta guerra no solo ponía en riesgo nuestras vidas, sino también el futuro de nuestra manada, y, si soy honesta, el mío. El amor que sentía por él ya no solo era pasión, sino una carga constante de sacrificios, decisiones que afectaban no solo a nosotros, sino a todos los que nos rodeaban.
La manada estaba rota. No lo veía en su totalidad, pero podía sentirlo. Y Kian, mi alfa, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegernos. Incluso si eso significaba cuestionar su confianza en aquellos que hasta hacía poco eran considerados leales. Yo había