*Sssssssssss.*
El sonido no era fuerte. Era constante.
Era el susurro de la muerte blanca llenando la habitación.
Elena tosió. No fue una tos normal. Fue un espasmo violento que le dobló el cuerpo por la mitad. Sus pulmones no encontraron oxígeno. Solo encontraron fuego químico.
—¡No respires! —gritó Rafael. Su voz sonaba lejana, distorsionada por la falta de aire—. ¡Es Halón! ¡Desplaza el oxígeno!
El gas blanco, denso y frío, bajaba desde el techo como una cortina pesada. Ya les llegaba a la cintura. En treinta segundos, cubriría sus cabezas. En un minuto, sus cerebros empezarían a apagarse.
Elena se llevó las manos a la garganta. Instintivo. Inútil.
Sentía como si le hubieran llenado el pecho de cristales rotos. Los ojos le ardían. Las lágrimas brotaban, pero se secaban instantáneamente por la reacción química.
—¡La puerta! —jadeó ella, golpeando el metal frío con el puño—. ¡Ábrela!
Rafael estaba allí, luchando con el panel de control. Sus dedos volaban sobre el lector, pero la luz