Los primeros rayos del sol comenzaban a colarse tímidamente por los ventanales del área VIP del hipódromo, proyectando una luz dorada sobre la piel desnuda de Sofía. Dormía con los brazos cruzados sobre el pecho de Naven, respirando con tranquilidad, mientras los latidos del hombre marcaban un ritmo acompasado bajo su mejilla.
Naven Fort no dormía.
Hacía rato que la observaba.
Sus dedos se movían con lentitud, trazando círculos en la espalda de su esposa, sintiendo aún el calor del encuentro de aquella noche. Pero había algo más que lo mantenía despierto: esa mezcla extraña entre satisfacción y algo más profundo… ¿ternura? ¿necesidad?
¿Amor?
Apretó suavemente la mandíbula, como si esa palabra aún le costara formar parte de su realidad. Sin embargo, cuando bajó la vista y vio la forma en que Sofía se aferraba a él, tan vulnerable, tan suya… supo que algo había cambiado.
Ella no era solo su esposa por un contrato. Y él lo sabía.
—Sofía —susurró con voz grave, acariciando su cabel