— Esta tarde, noche solo es nuestro — Expuso el hombre acariciando con su dedo los labios de su esposa.
— ¿Puedo ir a ver una carrera? Es la última — Naven la observa, entones asiente.
— Te estaré esperando en mi Chale, pero disfruta — Naven se aleja y Sofía va en dirección al hipódromo de corridas.
La tarde caía lentamente sobre Madrid, tiñendo los cielos con matices ámbar y rosados. Desde el balcón de cristal del área VIP del hipódromo, las luces comenzaban a encenderse una a una, como si se prepararan para ser testigos de algo más importante que cualquier carrera: el momento exacto en el que dos almas decidían encontrarse sin máscaras.
Sofía se detuvo justo en la entrada de aquel lujoso espacio que pertenecía exclusivamente a Naven Fort. Sus pasos eran silenciosos, pero su presencia era luminosa. Vestía elegante, que resaltaba sus curvas y la dulzura innata de su porte.
Al cruzar el umbral, encontró a Naven junto a la ventana, observando el horizonte como si estuviera contando