La luna se filtraba tímida entre las cortinas blancas de la habitación principal de la Residencia Fort, proyectando su tenue luz sobre la amplia cama matrimonial. El silencio del hogar parecía envolver cada rincón con una paz casi irreal. A lo lejos, apenas se oía el murmullo constante del viento nocturno, que acariciaba suavemente los cristales de las ventanas.
Sofía descansaba con la cabeza apoyada en el pecho desnudo de Naven, escuchando el latido constante y firme de su corazón. El calor de su cuerpo, el aroma de su piel, la respiración acompasada... Todo le provocaba una extraña pero reconfortante sensación de seguridad. Su mano estaba posada sobre el abdomen de ella, como si fuera una forma silenciosa de proteger no solo a Sofía, sino a esa pequeña vida que ahora crecía en su interior.
—Sofía... —la voz grave de Naven rompió la calma, susurrante, vibrando contra su mejilla.
—¿Mmm? —murmuró ella sin abrir los ojos.
—Mañana viajamos a Estados Unidos.
Sofía frunció el ceño lentamen