El amanecer se filtraba por los ventanales del departamento, tiñendo todo de un dorado tenue. El silencio era frágil, como un cristal que podía quebrarse con un suspiro. Sofía había dormido poco o nada, pero en su rostro se leía una decisión que, aunque aún temblorosa, ya no se podía disolver.
Catalina aún dormía en el sofá, y Sofía no quiso despertarla. Había una última conversación que debía tener antes de que el mundo entero cambiara a su alrededor. Se encerró en su habitación, tomó aire profundamente, y marcó el número que conocía de memoria desde que aprendió a hablar. La llamada tardó en conectar, pero al fin, la voz grave y serena de su padre respondió del otro lado. —¿Sofía? ¿Qué ocurre, hija? Ella tragó saliva, sujetando el móvil con ambas manos. —Papá, mamá… necesito hablar con ustedes. Es importante. Un segundo después, la voz de su madre se unió a la llamada. —¿Sofía? ¿Estás bien? ¿Pasó algo? —preguntó Alicia, siempre tan perceptiva. —Estoy bien… —empezó ella, su voz algo tensa—. No me ha pasado nada. Pero necesito que escuchen con atención lo que voy a decirles. Y que me prometan que no van a interrumpirme. Un silencio expectante cruzó la línea. —De acuerdo —dijo Alessandro con tono pausado. —He tomado una decisión. Sé que parecerá precipitada, irracional, incluso desconcertante, pero la he pensado. Y necesito que confíen en mí. No les voy a dar muchas explicaciones por ahora, pero sí una verdad absoluta: esto no es una obligación. Es algo que yo decidí. Se escuchó un leve crujido del lado de su padre. Estaba claramente conteniendo algo. —Voy a casarme —soltó finalmente, con una firmeza que la sorprendió incluso a ella misma—. Y les pido… no, les ruego… que no intenten detenerlo. No llamen a nadie. No investiguen. No interfieran. Solo necesito que me apoyen. Del otro lado, el silencio fue un abismo. —¿Cómo que vas a casarte? —preguntó finalmente Alicia, con una voz suave, confundida, como si creyera no haber escuchado bien. —Es lo que quiero, mamá. —¿Con quién? —inquirió Alessandro con una severidad que no logró disimular. Sofía cerró los ojos. —No puedo decírselo ahora. No aún. Pero… es alguien que no esperaban. Solo necesito que confíen en mí. Ustedes me enseñaron a ser fuerte, a tomar mis decisiones. Esta… esta es la mía. Por favor. Del otro lado, se oyó un murmullo apagado. Probablemente sus padres hablaban entre ellos, o simplemente intercambiaban miradas mudas, como solían hacer cuando la situación era más grande que cualquier palabra. Finalmente, Alessandro exhaló profundamente. —¿Estás segura? —Sí —respondió Sofía sin dudar. —Entonces… está bien. No moveremos un dedo —dijo él finalmente—. Pero si en algún momento necesitas salir de eso… tendrás nuestro respaldo. Solo dilo. Sofía sintió cómo se le apretaba el pecho. —Gracias… —susurró—. Solo necesito eso. Que me crean, que me esperen. Todo saldrá bien. Confío en mí. —Y nosotros en ti —añadió Alicia con un suspiro tembloroso—. Aunque no entienda nada de esto… te amamos. La llamada terminó. Sofía se dejó caer sobre la cama con el móvil aún en la mano. Una lágrima solitaria le recorrió la mejilla, pero no era de tristeza. Era alivio. Había cruzado el primer umbral. Fue entonces cuando el timbre del departamento sonó, cortando el momento como una cuchilla. Sofía abrió la puerta con una sensación de presentimiento clavada en el estómago. Un hombre alto, vestido de negro, con gafas oscuras y expresión inescrutable, se plantó ante ella. Llevaba un auricular discreto en la oreja y hablaba como si cada palabra fuera una orden. —Señorita Sofía Morgan. Vengo de parte del señor Naven Fort. Se me ha ordenado escoltarla hasta el Hotel en donde el Señor Naven Fort la esta esperando, para posteriormente dirigirse al Registro Civil. No hubo preguntas. No hubo explicaciones varias, solo la información justa y necesaria. Sofia respiro profundamente. Tomó una hoja de papel, escribió una nota rápida con letra temblorosa, y se la tendió a Catalina. "Voy al Registro Civil. No te preocupes. Me comunicaré contigo apenas pueda. Gracias por estar." Y Sofía, sin mirar atrás, caminó junto al guardaespaldas hasta el auto negro estacionado frente al edificio. Era el principio del fin de su antigua vida. Una boda sin flores, sin música, sin familia. Solo un contrato, dos nombres, y un destino marcado por el apellido Fort. El silencio de la suite presidencial era abrumador. Cada rincón estaba decorado con detalles sobrios y costosos: mármol oscuro, acabados dorados, obras de arte modernas colgando de las paredes. Pero Sofía no veía nada. Estaba sentada en el sofá junto a la ventana, con las piernas juntas y las manos entrelazadas sobre sus rodillas. El reloj marcaba más de dos horas desde que había llegado. Le habían dicho que esperara allí, que el señor Fort vendría en cualquier momento. ¿“Señor Fort”... o Naven? Suspiró. Miró la puerta varias veces, nerviosa. La suite era tan silenciosa que el zumbido del aire acondicionado le parecía atronador. Se levantó, caminó de un lado a otro. Se detuvo frente al espejo del tocador, acomodó su cabello, respiró hondo. Luego volvió al sofá y se obligó a mantenerse sentada. Las manecillas del reloj avanzaron con cruel lentitud hasta que, finalmente, el picaporte giró. Click. La puerta se abrió con suavidad, pero para Sofía fue como un trueno. Naven entró con paso firme, impecable en un traje gris grafito sin corbata, con el primer botón de la camisa desabrochado. No llevaba abrigo, pero traía consigo el frío del amanecer madrileña. Cerró la puerta detrás de sí sin apurarse, como si no le debiera explicación alguna al mundo… ni a ella. Sofía se puso de pie de inmediato. —Buenos dias—musitó, su voz apenas más alta que un susurro. Naven no respondió. Caminó directamente hacia la mesa del bar, se sirvió un trago de whisky sin hielo y bebió sin mirarla. Luego, sin volverse aún, habló con esa voz profunda y distante que tanto la descolocaba. —¿Sabes lo que implica este contrato? ¿Sabes que vamos a hacer este día? Sofía lo observó, algo confundida. —Supongo… que vivir juntos. Presentarnos como pareja frente a los medios. Ser… esposos en apariencia —respondió con cierta vacilación. Naven giró entonces, y su mirada se clavó en la de ella como un puñal. No había ira en sus ojos, ni dureza. Solo una frialdad absoluta. Una pared infranqueable. —Esto no es un juego, Sofía. No es una actuación. No es una novela romántica. Aquí, cada palabra firmada será ley. Ella asintió lentamente. —Estoy consciente. Él dejó el vaso sobre la mesa con un gesto elegante y se acercó, sacando de su chaqueta una carpeta negra. La abrió frente a ella y colocó varios documentos sobre la mesa central. Sofía tragó saliva. —Aquí están las cláusulas —dijo Naven—. Revisión médica incluida. Sin relaciones íntimas obligatorias. Sin acceso a mis finanzas personales, salvo lo estipulado. No puedes abandonar la ciudad sin autorización. No puedes exponer nuestra relación a terceros. Y no puedes quedar embarazada. El último punto hizo que Sofía parpadeara. —¿Eso… está aquí? —preguntó, incrédula. —Todo lo está —afirmó Naven—. Si incumples alguna de las condiciones, el contrato se anula y deberás pagar una penalización. —¿Qué tipo de penalización? —Un millón de euros. Sofía tragó saliva. —¿Y qué ocurre si tú rompes el contrato? —No lo romperé —dijo él, sin vacilar. Era como si el mundo no le ofreciera otra posibilidad. Ella bajó la mirada a los documentos. Las hojas estaban perfectamente impresas, con detalles precisos. Su nombre ya estaba escrito en algunas partes, solo faltaba su firma y algunos datos personales. —Necesito escribir mis datos —dijo con voz suave. Naven sacó una estilográfica de su bolsillo y se la ofreció. Ella la tomó con delicadeza. Al escribir su nombre, su pulso tembló ligeramente. Sofía Morgan. El silencio volvió a caer. Naven no reaccionó al principio. Pero cuando la estilográfica regresó a su mano y sus ojos se posaron sobre el nombre completo, algo en su expresión cambió. Solo por un instante. Morgan. ¿Pertenecía a alguna Dinastía Morgan importante? Solo ahora que volvía a escuchar su apellido prestó atención más de lo debido. Repitió mentalmente ese apellido. Lo conocía. Todo el mundo en los altos círculos empresariales lo conocía. Pero no se lo esperaba allí, en ese contexto, en esa mujer que parecía tan fuera de lugar en su mundo. —¿Morgan? —preguntó con tono seco, sin alterar su postura—. ¿Quienes son tus padres, tus familiares? Sofía levantó la vista, sorprendida. —Hija de Alessandro Morgan y Alicia Morgan. Aaron Morgan es mi hermano mayor. Y Alicia Michelle Moretti Morgan… es mi hermana al igual que Alexandra Morgan. Naven la observó como si acabara de revelar una carta crucial en medio de una partida peligrosa. Su mirada la recorrió con más atención ahora, no con deseo, ni con interés, sino con evaluación. Casi como si midiera su valor de mercado. Era Heredera del Gran Alessandro Morgan y su esposa Alicia Morgan, había escuchado bastante de ellos en Europa. —Curioso —murmuró—. Jamás te había visto en ningún evento de tu familia. —No me gusta asistir a ese tipo de reuniones —respondió Sofía, algo incómoda—. Además…no me involucro en el área Empresarial de mi Familia, yo soy estudiante de arquitectura a diferencia de los demás que son Presidentes de las Empresas de mi Padre en los distintos países. Naven dio un par de pasos por la habitación, reflexionando en silencio. Luego se detuvo frente a la ventana, con las manos en los bolsillos. Su perfil recortado por la luz tenue del hotel parecía el de una pintura antigua: un hombre solitario, indescifrable. — Perfecto, es hora de irnos al Registro Civil. Nadie, excepto el juez y nuestros testigos. Ya he enviado instrucciones a tu nuevo apartamento. —¿Apartamento? —Vivirás en la planta baja de mi residencia. Las habitaciones están separadas. No me gusta compartir mi espacio. Sofía asintió, con el alma más pesada que nunca. Estaba aceptando una vida sin promesas. Un matrimonio sin amor. Una rutina sin emociones. Y aún así… algo en su interior no dejaba de preguntarse quién era realmente ese hombre frío y elegante. Y por qué, al ver su apellido, sus ojos por un segundo… parecieron detenerse. Desde los ventanales se alcanzaban a ver las cúpulas antiguas mezcladas con los rascacielos modernos, una imagen perfecta para un hombre como Naven Fort: control absoluto y belleza en equilibrio. Sofía estaba sentada frente a él, en uno de los sillones de piel oscura, aún con el abrigo sobre los hombros, como si no se atreviera a quedarse del todo. Naven hojeaba unos papeles con aparente calma, aunque ella podía sentir que cada movimiento suyo tenía un propósito. Finalmente, él alzó la mirada. —¿En qué etapa estás con la universidad? Sofía parpadeó, sorprendida por la pregunta. No esperaba que le interesara. Ni siquiera sabía que él recordaba que estudiaba. —Solo me falta la defensa de tesis —respondió en voz baja—. Es dentro de un mes. Naven asintió levemente, como si ese dato encajara en un plan que ya había calculado con precisión matemática. —Viviremos en Madrid hasta que termines con eso. Quiero que finalices tus estudios sin distracciones. Sofía frunció el ceño. Viviremos. —¿Y luego? —se atrevió a preguntar. —Después de eso, nos mudaremos a Barcelona —declaró sin emoción—. Ya está todo preparado. Residencia, seguridad, entorno. Es más apropiado para lo que necesito. Sofía bajó la mirada. Sabía que “lo que necesito” no incluía sus deseos. —¿Y si…? —No estás en posición de negociar ese tipo de cosas —la interrumpió sin levantar la voz, pero con una firmeza que la atravesó—. Termina tus estudios, cumple con lo que prometiste… y todo saldrá bien. Ella se mordió el labio inferior. Había tantas preguntas que no se atrevía a formular. ¿Por qué Barcelona? ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? Pero solo asintió. Naven la observó un segundo más. Su mirada no mostraba suavidad, pero tampoco crueldad. Era como si ella fuera una pieza más en un tablero que él ya conocía de memoria. —Tienes libertad limitada mientras estés aquí. Si necesitas algo para tus clases, se te proporcionará. Harry Meyer ya ha sido informado y tu amiga es libre de estar unida a Harry, ahora es tu turno de cumplir. Sofía se tensó al escuchar aquello pero asintió otra vez. Era demasiado pronto para enfrentarse a Naven Fort con preguntas. Demasiado pronto para entender las reglas del juego. Solo sabía que el tablero ya estaba en movimiento. Y ella era parte de él. – Vamos al Registro Civil – Sentencia Naven Fort.