— ¡Naven! — susurra ella, pero incluso expresar aquellas palabras era difícil.
— No digas nada — Expuso el hombre con la voz ronca, las manos de naven sostienen la muñeca de Sofia. Lentamente ella retrocedió la fragancia de Naven eriza la piel de ella, sentir la respiración de su esposo entrando en contacto con su rostro.
El silencio del atardecer se colaba entre los árboles, tiñendo de dorado las sombras que los rodeaban. Naven la miró con una mezcla de asombro y algo que llevaba tiempo creciendo sin nombre. Sofía apenas sostuvo la mirada, pero no se apartó. El mundo parecía encogerse alrededor de ellos, dejando espacio solo para lo inevitable.
Él alzó una mano y rozó su mejilla con la yema de los dedos, como si tuviera miedo de romper algo que no entendía del todo. Ella cerró los ojos un instante, como quien se entrega al primer acorde de una melodía largamente esperada.
Sus rostros se acercaron con la calma de una tormenta que contiene el aliento. El aire se volvió espeso, cargado