La mañana llego espléndida, el sol se colaba entre las cortinas con un tono dorado y tibio que acariciaba las paredes de la habitación principal en la Residencia Fort. La brisa que entraba por la ventana abierta traía consigo el murmullo de los árboles y el canto suave de algunos pájaros que, ajenos a todo, celebraban un nuevo día.
Sofía abrió los ojos lentamente. Se estiró apenas, con la gracia tranquila de quien despierta sin apuro. Su rostro tenía una luz diferente, una serenidad nueva que se mezclaba con la ilusión. El aroma del jazmín, que Naven había mandado a colocar en la terraza del dormitorio, la envolvía como una caricia invisible.
El sol se filtraba cálido por el cristal, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Sofía miraba con sus ojos verdes, ahora más luminosos, reflejando esperanza. Aquella mañana tenía un brillo distinto: en su vientre latía una nueva vida. Era amor puro, un pequeño corazón que transformaba el mundo con su simple existencia, entonces deja escap