La Residencia Fort estaba sumida en un silencio apacible. Afuera, la luna llena bañaba con su luz plateada los jardines que se mecían suavemente con la brisa nocturna. Adentro, todo era quietud. Tranquilidad.
Sofía había terminado de ducharse, vestida con un camisón de algodón claro que realzaba la suavidad de su piel. Caminó descalza hasta la habitación, con movimientos pausados, agotada por el día tan lleno de emociones. Ares y Doki la siguieron con calma, como si también percibieran la fragilidad que ahora rodeaba a su dueña.
Al entrar en la habitación, se detuvo al ver a Naven de pie junto a la cama, con una manta en las manos. Él la miró en silencio, como si en su interior librara una batalla invisible. Tenía el ceño levemente fruncido y el gesto serio, pero sus ojos grises estaban repletos de atención.
—Ven —dijo con voz suave, pero firme.
Sofía obedeció sin decir palabra, acercándose lentamente hasta él. Naven extendió la manta sobre la cama con cuidado, como si preparara un al