Días después.
El cielo de Madrid se había teñido de un azul impecable esa mañana. Una suave brisa corría entre los árboles del jardín Fort, acariciando las hojas con un murmullo apacible que se filtraba por las ventanas abiertas del comedor. El aroma del café recién hecho y el pan tibio invadía cada rincón, mezclado con las notas florales que venían desde la terraza.
Sofía estaba sentada en la cabecera más cercana al ventanal. Ares dormía a sus pies y Doki, fiel como siempre, no dejaba de mover la cola mientras miraba atento los movimientos de su ama. Inés, como siempre, se esmeraba en que todo estuviera impecable.
La mesa era una postal perfecta: frutas frescas, tostadas con mantequilla de vainilla, zumo de naranja natural y una infusión que Inés preparaba especialmente para Sofía. Naven llegó poco después, luciendo ese porte elegante y seguro que siempre lo acompañaba. Traía el cabello húmedo y una camisa blanca abierta en el cuello, sin corbata. En cuanto la vio, sus ojos grises se