El sol del mediodía caía tibio sobre los jardines de la Residencia Fort. Sofía seguía en el mismo lugar donde se había recostado junto a Ares, acariciando con los dedos la hierba fresca mientras su mente aún reproducía cada frase del desayuno con Naven.
El canto de un pájaro se mezcló con el sonido de un motor elegante deteniéndose en la entrada. No le prestó atención al principio. La Residencia recibía visitas de personal administrativo o aliados de negocios con frecuencia, y rara vez interferían con su espacio.
Sin embargo, el sonido de unos tacones avanzando con decisión sobre la grava le hizo levantar la vista.
Una mujer caminaba hacia ella, delgada, alta, vestida con un conjunto de dos piezas en color beige claro, perfectamente planchado, y gafas oscuras que le cubrían parte del rostro. Su andar era elegante, pero cada paso transmitía firmeza, como si el suelo se apartara por respeto.
Sofía se incorporó, confundida, observándola acercarse sin frenar. Ares, como era su costumbre c