La luz dorada de la tarde se deslizaba entre los árboles del jardín como una caricia lenta. Las hojas bailaban al ritmo del viento tenue y cálido, ese que apenas roza la piel pero deja huella. El silencio allí no era pesado, como dentro de la mansión, sino sereno, con el canto lejano de un ave y el crujido ocasional de la grava bajo algún paso distraído.
Sofía no tenía intención de encontrarse con nadie. Solo buscaba aire fresco. La llamada con su hermana y ver a sus sobrinos fue bastante reconfortante para ella.
Había salido con la excusa de caminar un poco. Los jardines eran vastos, hermosos y pulcros; parecían pertenecer a un palacio europeo más que a una residencia privada. Se detuvo bajo un árbol cuando el sol comenzó a teñir de naranja las copas más altas. Respiró hondo, como si intentara absorber toda la paz que pudiera.
Y entonces lo vio.
A unos metros, Naven Fort emergía desde un sendero lateral.
No llevaba traje.
Nada de camisas almidonadas ni pantalones de tela fina. No hab