MADRID
La Residencia Fort emergía en la oscuridad de la madrugada como una fortaleza solemne, iluminada tenuemente por las luces empotradas a lo largo del camino de entrada. El portón principal se abrió sin hacer ruido, como si incluso el metal supiera que era mejor no perturbar aquella noche.
El jet había aterrizado hacía menos de una hora. El trayecto desde el aeropuerto hasta la mansión fue silencioso, y Sofía, rendida por el agotamiento emocional y fisica después de entregarse a Naven, dormía profundamente en el asiento trasero del automóvil, con la cabeza apoyada contra el hombro de Naven.
Naven no dijo nada. Pero no dejó de mirarla.
Sus pestañas largas descansaban sobre sus mejillas suaves, su respiración era pausada, y cada tanto su nariz se fruncía en un gesto adorable que él había aprendido a memorizar. Su pequeña esposa dormía… como si, por fin, después de días de tensión, su cuerpo le hubiera concedido un respiro.
Cuando ingresaron a la residencia, Naven la tomó en brazos