El rugido leve de los motores se volvió un murmullo constante, casi hipnótico, mientras el jet privado atravesaba las nubes rumbo a Grecia. Dentro de la cabina, la luz ambiental estaba regulada con precisión, creando un ambiente sobrio, sofisticado… digno de Naven Fort.
Sofía estaba recostada en uno de los amplios asientos de cuero blanco, envuelta en una manta liviana de cashmere. Había cerrado los ojos por unos minutos, intentando conciliar el sueño, pero su mente divagaba más rápido que el avión.
Era la primera vez que viajaba con Naven de ese modo. Tan lejos de Madrid, tan cerca… y, al mismo tiempo, tan desconocido.
Ares y Doki no estaban. No había risas de sus hermanas, ni el perfume de Catalina. Solo el aroma elegante a roble, cuero y sándalo que emanaba de Naven, presente incluso a metros de distancia.
Cuando abrió los ojos, la escena ante ella la dejó por unos segundos sin aliento.
Naven Fort estaba sentado frente a ella, de lado, con una pierna cruzada y la espalda perfe