La luz dorada del atardecer se filtraba a través de las cortinas blancas de la habitación, tiñendo el interior con una calidez suave, casi nostálgica. En el centro de la alfombra color marfil, Sofía Morgan estaba sentada en el suelo con las piernas dobladas hacia un lado, mientras luchaba con el cierre de su valija.
Una blusa de seda se escapaba tímidamente por una esquina, y unos zapatos de tacón rodaban junto a ella como si suplicaran que no los dejara afuera. A pesar del ligero desorden, el rostro de Sofía conservaba una concentración serena, aunque sus hombros delataban cierta tensión contenida.
Suspiró.
Fijó la mirada en el interior de la maleta, volvió a empujar cuidadosamente una chaqueta y tiró del cierre con determinación.
—Perfecto —murmuró—. Más o menos...
Justo entonces, la puerta de la habitación se abrió con un suave chasquido.
Sofía alzó la vista.
Allí estaba Naven Fort, impecable como siempre, con su traje oscuro y la mirada de acero que tantas veces la descoloc