La Residencia Especial estaba ubicada a las afueras de Madrid, entre viñedos y colinas suaves, rodeada por una muralla de piedra blanca y altos cipreses que ocultaban el lujo y el silencio que se respiraba allí dentro. Flor Fort poseía aquella propiedad desde hacía años, pero rara vez pasaba más de unas semanas en Europa. Sin embargo, esta vez, pidió que estuviera preparado para un mes.
El auto frenó frente a la entrada principal. Dos sirvientes ya esperaban para asistirla con el equipaje. Naven descendió primero, luego ayudó con cuidado a su abuela. Sofía tardó más. El cuerpo aún le dolía. Disimuló lo mejor que pudo, pero sabía que los ojos de Naven eran demasiado agudos para pasar por alto su incomodidad.
Flor se giró hacia Sofía cuando estuvo frente a la gran puerta. Su porte era igual de elegante que en el aeropuerto, pero había en su mirada un dejo de ternura que no había mostrado antes.
—Gracias por acompañarme hasta aquí, querida —dijo Flor con amabilidad—. Ha sido un gusto con