Los rayos del sol filtrándose entre las cortinas doradas despertaron a Sofía con un leve cosquilleo en la mejilla. Tardó unos segundos en abrir los ojos, como si su cuerpo todavía se aferrara al calor que la había rodeado durante la madrugada. Se giró lentamente… y entonces lo notó.
La cama estaba vacía.
El espacio a su lado ya no conservaba el calor del cuerpo de Naven. El perfume a madera, cuero y una pizca de whisky aún flotaba en el aire, pero él no estaba allí. Sofía se incorporó con pereza, apoyándose con los codos sobre el colchón. Miró el reloj: las nueve y veinte de la mañana.
Un leve suspiro escapó de sus labios.
No se alarmó. En realidad, no pensó demasiado en su ausencia. Si algo había aprendido de Naven Fort era que era un hombre de silencios y hábitos meticulosos. Quizá había bajado a entrenar, quizá había decidido dejarla descansar… o quizá, simplemente, había vuelto a ponerse su coraza después de la madrugada compartida.
Sofía se quitó los zapatos que nunca se hab