La puerta se cerró con suavidad tras ella.
Sofía apoyó la espalda en la madera mientras una oleada de aire cálido la envolvía. La habitación estaba en silencio, como si incluso el mundo hubiese dejado de moverse para dejarle espacio a lo que acababa de vivir.
El eco del beso aún vibraba en su piel, como si sus labios aun tuvieran los labios de Naven por encima de los suyos y aquella sensación era calida.
Sus pasos fueron torpes hasta la cama, como si las piernas le pesaran, como si su cuerpo aún no comprendiera lo que había sucedido. Se dejó caer sobre el colchón sin preocuparse por quitarse la bata ni acomodarse. Simplemente se hundió en las sábanas, mirando el techo con los ojos muy abiertos, sintiendo que el pecho no le cabía en el cuerpo.
Llevó la mano a sus labios.
Y allí estaba.
La fragancia de Naven. Una mezcla embriagadora de almizcle, menta fresca y un dejo amaderado que ahora reconocía como whisky. El contraste era tan intenso como él: frío y cálido, brusco y delicado. Su sa