La mañana llego con un cielo gris, como si el mundo mismo presintiera el caos que estaba por desatarse.
Sofía se había encerrado en su estudio con una taza de café y su portátil, intentando avanzar en su proyecto académico. Pero su mente no lograba enfocarse del todo. La conversación de anoche con Naven seguía latiendo en su pecho como un tambor de guerra.
Al cabo de unos minutos, Inés llamó a la puerta con suavidad.
—Señorita Sofía… el señor Naven desea hablar con usted. La espera en su despacho.
Sofía sintió una punzada en el estómago. No preguntó por qué. Sabía que no era cortesía. Era un llamado.
Se puso un cárdigan encima de su blusa ligera y descendió en silencio. La puerta del despacho estaba entreabierta. Tocó dos veces y entró.
Naven estaba de pie, con las mangas de la camisa remangadas hasta los codos y el rostro inclinado hacia unos documentos extendidos sobre su escritorio. Al escucharla entrar, levantó la mirada y su expresión era una mezcla de frialdad y decisión.
—Siént