El cielo sobre Madrid ya estaba despejado. La tormenta de la noche anterior había dejado el aire limpio, casi nuevo. La Residencia Fort brillaba con su habitual sobriedad silenciosa, y en una de sus habitaciones, Sofía sostenía su teléfono móvil con una sonrisa ligera en los labios.
—¿Y bien? —preguntó con cierto nerviosismo—. ¿Están libres para una videollamada?
La respuesta fue inmediata.
—¡Obvio! —saltó la voz de Alicia Michelle, cargada de entusiasmo, sus bebés estaban dormidos —. ¿Qué pasa? ¿Te vas a cortar el cabello? ¿Estás embarazada? ¿Adoptaste otro gato?
—¡Ay, por favor! —bufó Alexandra, mientras su voz sonaba de fondo—. No la atosigues, primero déjala hablar.
Sofía rió. Esa energía inconfundible de sus hermanas le devolvía la calidez de casa, incluso a kilómetros de distancia.
—Nada de eso. Bueno… tal vez algo más complicado.
—¿Más complicado que adoptar un gato? Lo dudo —bromeó Alicia Michelle mientras se acomodaba en el sofá frente a la cámara — Aprovechemos este momento,