El aire en Madrid olía a transición.

El sol descendía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos mientras las nubes del atardecer dibujaban formas efímeras sobre los tejados. Sofía cruzó los portones de la Residencia Fort con el rostro suavemente cansado, pero sus labios llevaban una curva serena. Había pasado unas horas maravillosas con Catalina. Entonces un pequeño gato y un pequeño cachorro aparecen ante los ojos de Sofia.

Entonces ella los carga en su brazo, Ares y Doki se acurrucaban como dos pequeños guardianes, qué habían extrañado a su dueña.

Empujó la puerta de entrada y entró en silencio. El eco de sus pasos resonó suave por el mármol pulido del vestíbulo. Todo parecía en calma. Demasiado en calma.

Sus ojos verdes, vivaces pero cargados de nostalgia contenida, se alzaron hacia el ventanal del salón principal.

Y allí, en la amplia entrada exterior, vio un destello rojo que hizo que su corazón comenzara a latir con fuerza.

El Ferrari de Naven estaba ad