Astrid Sheldon es una mujer de treinta y dos años, respetada en la industria del acero. Es el brazo derecho de Donald Marshall, uno de los millonarios más importantes en la ciudad de Chicago. Con diez años de experiencia, su jefe la consideró el tutor perfecto para su arrogante e incorregible hijo, una decisión que hace que la vida de Astrid de un giro de 180°. Dylan es un joven de veintidós años, un hijo de papi que piensa que el mundo gira en torno a él, un chico que no se preocupa y responsabiliza de nada. Sin embargo, sus vidas cambian el día que Dylan sufre un aparatoso accidente que lo deja al borde de la muerte y que al despertar no parece el mismo hombre. ¿Qué secretos esconde Dylan Marshall? ¿Podrá Astrid escapar al ataque de seducción del joven Dylan? ¿Tendrá que ver con los sueños que persiguen a Astrid desde hace tiempo? Eres mía, Astrid, y tu placer es mi alimento…
Ler maisAstrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.
La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.
Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.
Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.
No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.
—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y servicial, era nueva, por lo que Astrid no tuvo ningún problema en ser medianamente cordial con la joven.
—Buenos días, Belinda. ¿El señor Marshall llegó? —preguntó deteniéndose frente al escritorio.
—Está en la sala de juntas, dijo que te reunieras con él en cuanto llegaras, creo que es importante —anunció.
—Gracias, prepara café negro y sin azúcar, no llenes la taza y evita que se derrame, al señor Marshall no le gusta —ordenó.
Belinda asintió y ella caminó a la sala de juntas, preguntándose qué nueva misión había para ella.
—Buenos días, Donald —saludó entrando a la sala de juntas, le dio un beso al hombre, a ese grado llegaba la confianza entre ellos.
—Buenos días, Astrid —respondió el hombre moviéndose ligeramente para dejar ver al joven a su espalda. Era un chico guapo, de ojos celestes y rubio castaño. No debía tener más de veinte años.
—Puedo esperar, lamento interrumpir —dijo apartando la mirada del muchacho.
—De ninguna manera, estaba esperando por ti, quiero presentarte a mi hijo, Dylan.
—Mucho gusto —dijo Astrid estirando la mano hacia el joven, un gesto meramente educado.
—Así que… eres tú la mujer que le quita el sueño a mi madre; ahora entiendo la razón —dijo con una sonrisa pícara.
—¿Perdón? —Astrid frunció el ceño ante el tono empleado por el joven.
—Eres la mujer que le quita el sueño a mi madre, eres la responsable de que la pobre no pueda pegar el ojo…
—Dylan —la voz de Donald sonó amenazante.
—Tranquilo, papá, te aseguro que no voy a jugar con tu muñeca favorita —se burló.
Astrid apretó los puños, esto no era nuevo, en más de una ocasión se le había acusado de ser la amante de Donald Marshall, nada más lejos de la verdad.
—Me parece que tu hijo tiene una idea equivocada de nuestra relación —sonrió, fingiendo que no le molestaban las palabras del muchacho.
—Es joven…
—No es excusa, ¿verdad Dylan? —preguntó Astrid.
—Tienes razón, no lo es, dije exactamente lo que me apetecía decir…
—¡Dylan, por favor!
El muchacho sonrió con burla.
—Bien, bien, dejaré de meterme con ella, por el momento, no te aseguro que no lo intente cada vez que pueda —amenazó.
Donald suspiró, conocía el carácter de su hijo y lo fastidioso que podía ser, por esa misma razón, tomó la decisión de traerlo a la oficina y dejarlo a cargo de su asistente. Astrid era una mujer de hierro y era la candidata perfecta para lograr meter a su hijo en cintura.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Astrid al ver el semblante de Donald.
—Sí, necesito que te hagas responsable de mi hijo, sé muy bien que no es parte de tu trabajo, Astrid, y estoy dispuesto a pagarte muy bien por este favor —indicó el millonario.
—Si vas a pagarle, no te estará haciendo ningún puto favor —refutó Dylan desde la silla.
Astrid miró al chico, tenía los pies sobre la mesa, su sonrisa era despreocupada, razón por la que no comprendía como un hombre como Donald soportara esa rebeldía y poca educación de parte de su hijo.
—¿Qué esperas que haga exactamente con él? —preguntó Astrid, quizá el desafío de meter en cintura al hijo de papi le viniera bien.
—Quiero que le enseñes todo lo que tiene que aprender para estar al frente de los negocios de la familia, Dylan es mi único hijo y, por lo tanto, mi único heredero.
Astrid pensó que Aceros Marshall se iría a la ruina antes que el mocoso irrespetuoso e impertinente se sentara en la silla de presidencia y con ello, todo su trabajo de años se iría a la m****a.
—No obro milagros, Donald, pero intentaré hacer mi mejor esfuerzo —prometió.
—Sabía que podía confiar en ti, Astrid, nunca me decepcionas —dijo con satisfacción.
—Lástima que no sea yo tu hija o tu heredera —bromeó.
—Sueña despierta, Astrid, a lo mucho que puedes aspirar es a ser la amante de mi padre.
Astrid lo ignoró, se puso de acuerdo con Donald sobre asuntos importantes y sobre el viaje que tenía previsto a Europa para su aniversario de bodas. Un viaje que no iba a durar semanas, sino meses.
Una hora más tarde, Donald Marshall se despidió, dejando a su asistente la gran responsabilidad de formar al futuro dueño y CEO de la corporación.
—Ni sueñes con que voy a obedecerte —advirtió Dylan tan pronto como su padre salió por la puerta.
Astrid sonrió.
—Vayamos aclarando las cosas, Dylan, no estás en tu casa, así que ve bajando los pies del escritorio —dijo con el ceño fruncido.
—Soy el hijo del dueño —refutó complacido.
—Lo veo, un hijo de papi y mami, pero tu padre te ha puesto bajo mi responsabilidad, así que a partir de ahora para ti soy Sheldon, tu jefa.
—¿Crees que estaré bajo tus órdenes? —Dylan se puso de pie como un rayo para encarar a Astrid.
—No lo pienso, Dylan, lo estás que es muy diferente y si un día quieres heredar la fortuna de tu padre, primero tendrás que convertirte en un hombre de acero.
Dylan se burló para sus adentros, sin embargo, no respondió. Tenía otros planes para la asistente estrella de su padre…
En ese momento Dylan Marshall no sabía que era tener a Astrid como jefa, el primer día fue un recorrido casi aburrido, no se preocupó por aprenderse los números de pisos y mucho menos por prestar atención en los nombres de cada departamento y sus responsables, por lo que su segundo día fue un completo y miserable día.
Dylan se perdió más veces de las que podía recordar y, aunque la primera vez no le dio importancia y se divirtió haciendo que Astrid Sheldon esperara por más de tres horas los documentos que debía firmar, al final de la tarde lo lamentó.
—¡No puedes hacerme esto! —gritó al escuchar la orden de la mujer.
—Lo estoy haciendo, Dylan, no te irás hasta que termines de aprender el mapa de esta empresa de memoria, piso por piso y todos los nombres de los departamentos y encargados.
—¡Esto es un abuso!
—Llámalo como quieras, Dylan, pero si seré tu tutor, quiero entregarle a tu padre buenos resultados, un hombre que pueda garantizar el trabajo de cada uno de nuestros colaboradores, que sea capaz de manejar esta empresa con los ojos cerrados y que no necesite quien le ate las correas. ¿Entendido?
Dylan la miró con profundo odio, en su corta vida nunca había odiado a nadie tanto como lo hacía con Astrid en esos momentos, ella lo trataba como a cualquier hijo de obrero y no como al hijo del dueño.
Astrid salió de la oficina para volver a su casa, había tenido un día de perros y estaba segura de que esto solo era el principio de todo. Dylan era tan distinto a su padre, en todos los sentidos, no entendía por qué Donald lo había dejado descarriarse tanto en la vida.
Astrid reflexionó sobre su vida, cuando ella tenía veintidós ya trabajaba para la corporación Marshall. En ese momento había ascendido de conserje a recepcionista, trabajó y estudió arduamente para lograr estar donde estaba.
Dylan lo tenía todo, eran pocas las cosas que tenía que alternar en su vida, los estudios, el trabajo y la diversión.
Con más enojo y cansancio que otros días, Astrid entró directamente a la ducha, eran más de las once de la noche y todo por culpa del heredero Marshall.
—Nos dejará sin empleo antes de que cumpla veinticuatro horas en la presidencia —masculló a la nada, mientras salía de la ducha.
Astrid estaba tan cansada que no se molestó en secarse el cabello, se lanzó sobre su cómoda cama y cerró los ojos, dejó de pensar en el mal día que había tenido hoy y en los que vendrían. Sin embargo, a pesar de su cansancio físico y mental, no pudo conciliar el sueño tan rápido como esperaba.
La situación le hizo sentir intranquila, el caso era que llevaba alrededor de varias noches sufriendo de insomnio, por lo tanto, no podía culpar a Dylan por eso.
Astrid se movió de un lado a otro en la cama, no supo cuánto tiempo le llevó conciliar el sueño, pero finalmente sus ojos se cerraron, cedieron al cansancio, ella quería decir que era un profundo sueño; sin embargo, no era así; una extraña sensación corrió por todo su cuerpo, el hormigueo se extendió por cada nervio y cada rincón de su piel, pese a estar dormida fue consciente de cómo los vellos de su nuca se erizaron y un escalofrío heló su sangre por un breve momento.
Astrid intentó abrir los ojos al sentir que no estaba sola en su habitación, sin embargo, le fue completamente imposible y lo primero que pensó fue que todo era una pesadilla, de esas que parecían atormentarla desde niña y que habían vuelto meses atrás.
La angustia se instaló en su corazón, hasta que el olor a sándalo y a bosque húmedo inundó su olfato y embotó sus sentidos. Astrid se dejó envolver por aquel delicioso aroma y el calor que envolvió su cuerpo, arrastrándola a un lugar que no fue capaz de reconocer, como todas las veces anteriores.
Un sitio donde no era Astrid Sheldon, la asistente de un corporativo multinacional, sino solamente ella, una mujer normal como todas.
—No luches contra lo que sientes, Astrid, déjate envolver, déjate seducir por el placer —le susurró de manera sensual, adictiva y provocativa.
Astrid sintió una ráfaga de calor inundar su cuerpo de manera violenta, haciéndola sentir deseosa y húmeda.
—No pienses en nada, Astrid, déjate llevar, bonita, cierra los ojos y concéntrate en mí —pidió aquella voz. Una petición que tenía una orden implícita, una orden que Astrid no se atrevió a refutar…
No tenía el deseo ni la fuerza para hacerlo.
Por el contrario, un sonoro gemido abandonó sus labios al escuchar aquella orden, fue como el canto de una sirena, ella se sentía totalmente embrujada.
Astrid sintió una mano recorrer su cuerpo y el calor extenderse por cada rincón de su piel. Ella movió las caderas, las meció de manera sensual y provocativa, se mordió el labio, intentando despertar.
— Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento…
Belinda aferraba las manos a la madera de la mesa de noche de su habitación, su corazón latía acelerado. Los gritos de placer que provenían de alguna parte de la casa despertaron sus propios deseos y lujuria.Su cuerpo quemaba, era una sensación que no había experimentado jamás y la presencia de Connie en su espacio privado no ayudaba.Tenía miedo, era normal. ¡Casi se había orinado de miedo cuando descubrió que estaba rodeada de personajes no humanos!Llegó incluso a pensar que se trataba de un sueño o que la locura se había apoderado de ella, pero no era ni un sueño, se había vuelto loca. Era una realidad.—Te lo suplico, Belinda —pidió Connie, acercándose unos pocos pasos. Podía oler la excitación de la mujer, el deseo que crecía a pasos agigantados y las imágenes que su cabeza recreaba. Pero también podía oler su miedo.—¡No soy una prostituta! —gritó, negando con movimientos agitados de cabeza.Connie apretó los puños, había sido un error garrafal ofrecerle dinero por ayudarla; s
«Hazme tuya.»«Aliméntate de mí.»Eran las palabras que Leviatán siempre anheló escuchar de los labios de Astrid; sin embargo, le apremiaba más poder conversar con ella. Explicarle todo para que no volviera a temerle.—Tenemos que hablar —murmuró con los labios casi pegados a la boca de Astrid.—No he dicho que no lo haremos, Leviatán. No creas que vas a escaparte de mí, hay muchas cosas que tendrás que explicarme y por las que tendrás que disculparte, pero ahora mismo, solo deseo estar contigo —le respondió, cerrando la corta distancia y apoderándose de su boca.Leviatán no encontró fuerzas para detenerla, estaba exhausto, herido y hambriento, por lo que, metió las manos entre los cabellos largos y rubios de Astrid, enredando los dedos en las hebras y presionándola contra su boca.El beso fue fogoso, el placer corrió por las venas de Leviatán, alimentando su núcleo, sintiendo cómo sus heridas más pequeñas iban curándose. Entonces, recordó que no estaban solos en la casa y que todo in
El tiempo se congeló para Connie y Efelios, mientras Zarek intentaba esquivar el ataque de Lilith, pero le fue imposible. El impacto lo lanzó varios metros hacia adelante.—¡No! —gritó Connie, corriendo para llegar a él, arrodillándose junto al cuerpo de su hijo, lo sostuvo.Sangre corrió por los labios de Zarek, manchando su mentón, su rostro tenía muchas heridas y el corazón de Connie casi se detuvo.—¡No, Zarek! —chilló.Efelios no lo pensó dos veces y se lanzó al ataque, evitando que Lilith tomara el bulto sobre el piso. Su primer ataque, impulsado por la rabia de ver a su hijo herido, envió a su madre lejos, estrellándola contra la pared.Fue una breve satisfacción, ya que el demonio se recuperó rápidamente y contraatacó, enviando a Efelios a volar.—¡Eres un maldito tonto si crees que podrás tener una oportunidad de vencerme! —gritó la mujer, enseñando los colmillos e invocando su espada.Efelios no respondió, volvió al ataque, haciendo que la lucha fuera convirtiéndose en una d
«Tráelo y te entregaré a tu hijo.»Efelios apretó los puños, sus colmillos se extendieron y se los enseñó a su madre. Mentía, podía olerlo en el ambiente y también, podía recoger el olor de la sangre de su hijo. Zarek había sido herido.«Los vidrios del auto estaban rotos.»—Déjalo ir y me quedaré en su lugar —se ofreció con decisión.Zarek apretó los puños, sus colmillos rompieron su labio inferior al morderse. Había luchado para evitar ser atrapado, pero finalmente no consiguió nada, estuvo en desventaja desde el inicio.—No te ofendas, pero no eres muy útil a mis planes, todo lo contrario de tu hermano. Necesito a Leviatán —se burló Lilith sin piedad. Era claro que no existía ninguna clase de sentimientos o emociones en ella.—¡Leviatán no está aquí! —gritó Efelios, llenándose de rabia e impotencia. Su relación con Zarek no era la mejor y todo era por su maldita culpa, por haber abandonado a Connie años atrás, pero lo quería. ¡Era su hijo y daría la vida por él!—Eso ya lo sé, idio
«Zarek ha desaparecido.»Connie se fijó en los dos hombres, su corazón latía a toda prisa, su pulso acelerado parecía querer romper la piel de su cuello.—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Efelios, acercándose a ella. La preocupación en los ojos de Connie y el ambiente denso que se formó en la habitación no le permitieron darse cuenta de que Astrid continuaba parada detrás de Connie.Astrid tenía la mano aferrada al pomo de la puerta, impactada por el reciente descubrimiento. Connie no era humana, ni Efelios, ni Leviatán lo eran. Un escalofrío le corrió por la columna vertebral y un vacío se le abrió en la boca del estómago. Tenía la sospecha, pero la confirmación era un golpe mortal. La estuvieron engañando todo este tiempo.—Intenté llegar a él antes de que su rastro se perdiera, pero no lo conseguí. Cuando llegué, el auto estaba abandonado a un lado de la autopista, el motor encendido y el vidrio roto. ¡Alguien se ha llevado a nuestro hijo! —gritó Connie y Astrid no supo a quién de lo
«Porque vine a matarla.»Las palabras de Asmodeo se repitieron en la cabeza de Leviatán desde que fueron dichas. Su padre no se molestó en decirle nada más, desapareció de la misma manera en la que llegó.Aunque, sinceramente, no le preocupaba lo que ese par hiciera, siempre y cuando no trataran de hacerle daño a su familia.Sin embargo, ese descubrimiento de que su madre antes fue una humana, le hizo pensar en la cantidad de veces que escuchó esa historia en los rincones más alejados del inframundo, pero era imposible de creer viendo al demonio que era Lilith, siempre sedienta de atenciones y adulaciones.—Has estado muy pensativo todo el tiempo, ¿te sucede algo? —le preguntó Astrid. Llevaban varias horas revisando la propuesta de nuevos proveedores para la adquisición de materias primas. Tiempo en el que Leviatán quedaba absorto en sus pensamientos.—Todo está bien —mintió, acomodándose en la silla y aclarándose la garganta.—Sobre ayer… —Astrid no sabía cómo tocar el tema.—¿Te arr
Último capítulo