La penumbra acuosa del túnel revelaba un mundo fracturado entre la humanidad y la bestialidad. Sanathiel y Salomón se enfrentaban en una danza feroz de colmillos y garras, la sangre salpicando como una sombra viviente que oscurecía el aire. Los gruñidos profundos y los jadeos de ambos guerreros eran una sinfonía salvaje. La violencia desenfrenada marcaba cada centímetro de su batalla, los límites entre lobo y hombre desapareciendo bajo la furia ancestral.
En otro rincón del caos, los protectores mutados en híbridos irrumpía con una brutalidad inhumana. Criaturas impulsadas por los aceleradores de la familia Björn, su existencia misma era una prueba del éxito despiadado de la manipulación genética. Desde el aire, Elliot, con el rostro crispado por la tensión, observaba cómo las explosiones sellaban las entradas del túnel, cortando toda vía de escape.
—Esto no era lo planeado… —murmuró mientras maniobraba el helicóptero para huir de la devastación.
Dentro, el olor metálico de la sangre