Mundo ficciónIniciar sesiónEn un mundo donde los linajes antiguos y pactos demoníacos dictan el destino, Sanathiel se alza como un líder improbable entre los Nevri, una ancestral manada de licántropos. Adoptado por Luciano Kerens, un hombre marcado por un oscuro trato con un demonio, Sanathiel carga con el peso de una herencia maldita y un pasado que nunca le pertenece del todo. Atrapado en una red de traiciones, magia prohibida y alianzas al borde del colapso, su única certeza es el peligro constante. Varek, su hermano inmortal y despiadado, y Sariel, un vampiro nacido de los muertos, son piezas clave en un juego sangriento donde la familia puede ser la mayor amenaza. Pero cuando Aisha, una joven con un vínculo enigmático con su pasado, irrumpe en su vida, despierta fuerzas que ni siquiera él puede controlar. Con una profecía sellando su destino y las sombras revelando su verdadero origen, Sanathiel deberá elegir entre redención o venganza… entre proteger lo que ama o ser consumido por su legado. "Sanathiel: Entre lobos y sombras, su pasado lo persigue." Una historia de magia, sangre y pasión donde la supervivencia choca con los lazos de sangre, y el amor puede ser la maldición más peligrosa de todas.
Leer másDicen que cuando la luna alcanza su cenit, se tiñe de carmesí.
Algunos la llaman Luna de Sangre. Otros, una maldición.Yo aún no sé cuál de las dos soy.
He soñado guerras que no viví y he cargado recuerdos que no me pertenecen. Cada vez que respiro, algo en mi interior gruñe… como si quisiera escapar. Nadie me dijo quién era. Solo el medallón conoce mi verdad.
Entonces escuché aquel grito. Una mujer muriendo.
Y a su lado, tres niños: hijos de una humana lobuna y de un demonio sin rostro.◆ El primero, de ojos violetas, olía a tormenta y azufre. Varek, marcado por la eternidad.
◆ El segundo, de mirada roja como brasas, llevaba en la sangre el hambre de los vampiros: Sariel. ◆ El último era espejo de su madre: piel temblorosa, ojos dorados que aún no sabían si serían humanos… o bestia. Sanathiel.Tres hermanos.
El precio de un pacto.Esa noche lo comprendí.
El charco frente a mí devolvió unos ojos que no eran míos. Eran los del niño que lloraba escarcha.Yo era él.
Y él era la bestia.Luciano Kerens no eligió nacer entre cicatrices, pero aprendió a vivir con ellas. Fue hijo del silencio que dejaron las guerras, un huérfano que aprendió a morder la vida antes de ser devorado por ella. En el Pueblo Esperanza del Ciervo, donde creció, lo llamaron imprudente por robar pan para alimentar a Kevs —su hermano sin sangre—, e ingenuo por creer que algún día ese lugar lo aceptaría. Pero la verdadera imprudencia fue descubrir la cripta oculta en el bosque, sus muros carcomidos por el tiempo y repletos de oro maldito. Robaron juntos, Kevs y él, convencidos de que el mundo les debía algo a cambio de tanta hambre.
Con el botín, compraron una cabaña cerca de un convento. Allí, Luciano conoció a Beatrice, una novicia de sonrisa frágil y manos cansadas de rezar. La sedujo entre sombras, entre salmos susurrados y secretos compartidos bajo la luna. Ella, ahogada por votos que no eligió, se dejó amar. Y cuando el vientre de Beatrice se hinchó de vida, Luciano cometió su segundo error: liberó a Azael, un demonio encerrado en la cripta, creyendo que su poder protegería a la niña que vendría.
La pequeña nació con ojos de ámbar y un medallón lunar grabado en el pecho, un sello que atestiguaba el pacto. Pero el convento no perdonó. Acusaron a la niña de herejía, la entregaron a la turba, y Luciano llegó justo para ver cómo las llamas devoraban el cuerpo de su hija. Beatrice, colgada de las vigas de su celda, fue su tercer error.
Regresó a la cripta, pero no para robar, sino para invocar a Azael entre reliquias saqueadas y gritos ahogados:
—¡Toma mi alma, pero devuélveme lo que me arrebataron!
El demonio rio, señalando el medallón de la niña enterrada:
—Tus hijos pelearán hasta que solo uno quede. Y tú, Luciano, serás el látigo que los azote.
El fuego verde del pacto, eco de los pecados que Luciano arrastraba como cadenas, le talló runas en la piel. Cada símbolo brillaba con el resplandor de sus remordimientos, quemando más allá de la carne. Pero el verdadero dolor fue ver a Kevs —ahora Moira—, huir con el medallón de la niña, su ojo izquierdo ahora una ventana a los hilos del destino, guardando la reliquia como una promesa rota.
Años después, convertido en vampiro, Luciano repitió su patrón de errores. Encontró a Noah, un joven a punto de morir, y lo mordió condenando a convertirse en su sombra. Noah lo odió, pero la deuda los unió. Y cuando Moira le habló de Sanathiel, un lobo blanco marcado con el mismo medallón lunar, Luciano incendió el Pueblo Esperanza del Ciervo, creyendo que controlaba el juego.
Pero el juego lo controlaba Azael.
En las llamas verdes que reflejaban su propia culpa, Sanathiel despertó con memorias ajenas: una ciudad en ruinas, hermanos que gritaban su nombre, y el medallón ardiendo con el mismo fulgor verdoso que consumía a Luciano, un recordatorio de que ambos eran eslabones de la misma cadena. "Eres mi obra maestra", susurraba el demonio, mientras las llamas dibujaban en el aire siluetas de la hija enterrada.
Luciano, oculto en las sombras, observó. Las runas en su piel palpitaban al unísono del medallón, y en los ojos dorados de Sanathiel, Luciano vio no solo a su hija, sino el reflejo de un fuego que jamás pudo dominar. En el medallón, la promesa de un destino que ni el amor ni la venganza podrían alterar: un ciclo de ceniza y culpa, alimentado por el verde de las llamas que ambos compartían.
Este no es un relato de héroes. Es la confesión de un hombre que intercambió sus cicatrices por runas, sus lágrimas por fuego, y su nombre por una maldición: Kerens, el Desterrado, el lazo que une a las piezas de un juego donde solo el demonio sonríe.
¿Su pecado original? Creer que el amor —ese mismo que ahora ardía en el pecho de Sanathiel como una llama verde— bastaría para redimir a un hombre.
¿Su castigo? Ver cómo ese mismo amor teñía de verde las piras, alimentando un fuego que jamás se apagaría.
Y mientras las llamas verdes dibujaban recuerdos que no eran suyos, Sanathiel despertó. Con la marca ardiente en el pecho, con el peso de un hombre que no comprendía… y con el aullido de una profecía latiendo entre sus costillas.
En sus ojos dorados el reflejo de una guerra no iniciada, y en su alma… la maldición del lobo blanco.
Capítulo 121: El aire en la ciudad era irrespirable, impregnado de humo y un hedor metálico que anunciaba la extinción. Las calles, una vez vibrantes, eran ahora un cementerio de soldados y civiles; el caos reinaba en cada esquina. Criaturas sedientas de sangre, deformadas por la corrupción de la comunidad de los Trece, devoraban a los pocos sobrevivientes, reduciendo a los humanos a sombras distorsionadas de lo que alguna vez fueron.Skiller golpeaba frenéticamente una puerta de acero con los puños ensangrentados, su respiración agitada por la desesperación.—¡Abran, maldición! ¡Hay sobrevivientes aquí! —gritó, con la esperanza de que aún quedara alguien con vida detrás de aquellas paredes.La puerta finalmente cedió con un chirrido metálico, pero dentro solo encontró cuerpos apilados. La muerte había llegado antes que él.Un leve murmullo rasgó el silencio.En el centro de la habitación, entre las llamas y la destrucción, una figura conocida se alzaba: Cristal.Su cabello brillaba
Capítulo 120: “Donde el mundo olvidaba el tiempo, Varek aún recordaba el dolor.”El santuario existía fuera del flujo del tiempo. Un solo día en el mundo real podía convertirse en meses, incluso años, dentro de aquel dominio. Aisha no lo supo hasta que su cuerpo comenzó a cambiar, hasta que el peso de una nueva vida creció en su interior.Varek observaba desde las sombras, su mirada cargada de anhelo y desesperación. La imagen de Aisha, libre de todo sufrimiento, debería haberle traído consuelo, pero en su interior, una sombra de culpa lo atormentaba.—Te traje aquí para salvarte de ellos, de todo. Pero no puedes salvarte de mí —susurró, más para sí mismo que para ella.Aisha comenzó a moverse, como si despertara de un sueño largo y confuso. Su mirada buscó algo en el vacío, algo que no podía recordar del todo.—¿Dónde estoy? —preguntó, su voz temblorosa.—Estás a salvo —respondió Varek, avanzando hacia ella—. Aquí no hay peligro, ni luchas. Solo paz."La paz del santuario era artifi
Capítulo 119:“Desde que la luz del medallón se extinguió, habían pasado horas… o tal vez siglos. El tiempo no tenía significado en ese lugar.”Varek, con Aisha aún inconsciente en sus brazos, avanzó hacia un portal que se materializó frente a él. Las sombras danzaban alrededor de su figura, envolviéndolo en un abrazo oscuro. Era un espacio entre mundos, un refugio que él había creado mucho tiempo atrás, un lugar donde ni los demonios ni el destino podían alcanzarlos.Al atravesar el portal, se encontraron en un vasto campo cubierto por una niebla plateada, iluminado por la tenue luz de una luna que no pertenecía a ningún cielo conocido. Todo estaba en silencio, excepto el suave susurro del viento que parecía hablar directamente a Varek.Varek no esperaba que lo amara. Aún no.Pero si al despertar lo buscaba a él primero —aunque solo fuera con la mirada—...Entonces todo este santuario, todo este abismo, habría valido la pena.Él la depositó con sumo cuidado sobre un lecho de flores b
Capítulo 118:"Donde la oscuridad se rompe..." Aisha dejó escapar un sollozo de alivio y alegría mientras lo abrazaba con fuerza. Pero justo en ese instante, el tiempo pareció detenerse de nuevo, congelando cada movimiento, cada partícula de luz en el aire.De entre las sombras se deslizó una figura, y en sus ojos titilaban galaxias enteras: “Moira.”—Este será el escenario decisivo... —dijo con un tono solemne que resonó en los corazones de quienes aún podían oír—. El destino fluye como un río: jamás se desvía... salvo cuando alguien lo rompe.Aisha, aún aferrada al medallón y a Rasen, levantó la vista, enfrentando a Moira con una determinación que nunca antes había sentido.—Forjaré mi propio destino —respondió con firmeza, su voz resonando en el vacío—. Uno en donde nadie tenga que morir.Moira ladeó la cabeza, intrigado por sus palabras.——¿Cambiarías el sacrificio del lobo blanco... por el humano que fue devuelto a la vida por ti?La pregunta perforó la mente de Aisha, pero no va
Capítulo 117: “Y en la grieta que dejó el sacrificio…la esperanza empezó a filtrarse.”La tierra seguía temblando, y las últimas partículas de luz de Sanathiel se iban desvaneciendo lentamente en el aire. Un silencio abrumador cubrió el campo de batalla, como si el mundo entero se hubiera detenido, conteniendo el aliento ante lo inevitable.Aisha permanecía arrodillada, sosteniendo el medallón que aún brillaba débilmente, mientras las lágrimas surcaban su rostro. Incluso cuando una de las partículas roso levemente su rostro como dando consuelo. Ella sintió la mano de él, su lobo blanco.“Sanathiel”, cerrando los ojos, como si pudiera verlo.Salomón se acercó lentamente, con el rostro endurecido por la mezcla de rabia y desesperación.—Él no tenía que hacerlo —murmuró, sus manos apretando los restos de la lanza.Aisha levantó la mirada, con los ojos llenos de determinación.—Lo hizo porque sabía que nadie más podía. No entiendes, Salomón… Sanathiel creyó en algo más grande que nosotr
Capítulo 116: Las explosiones resonaban en la ciudad que se oscurecía, mientras los edificios se iban derrumbando uno a uno. La lucha entre luz y oscuridad estaba en su clímax. Elbanius, armado con bombas de luz, pudo mantener a raya a los vampiros que habían sido creados por Darían. Tras una imprevista gran explosion, cayó al suelo rajado al girar hacia atrás una ola de esa explosion, lo desintegra junto con una docena de criaturas sedientas, por más que intentó cubrirse usando la puerta de metal como escudo.Su sacrificio dejó un vacío, y sus últimas palabras él murmuró, “Luchad hasta el final”, quedando suspendidas en el aire como un eco de resistencia.En tanto, las llamas perpetúan devorando los restos de la ciudad que cedía ante una inminente lluvia ácida, mientras el suelo silbaba al contacto del suelo. A su alrededor, Lionel, cubierto de heridas, con la ropa empapada en sangre, respiraba con dificultad. Su mirada feroz no se apagaba a pesar del dolor que le desgarraba el cu
Último capítulo