En un mundo donde los linajes antiguos y pactos demoníacos dictan el destino, Sanathiel se alza como un líder improbable entre los Nevri, una ancestral manada de licántropos. Adoptado por Luciano Kerens, un hombre marcado por un oscuro trato con un demonio, Sanathiel carga con el peso de una herencia maldita y un pasado que nunca le pertenece del todo. Atrapado en una red de traiciones, magia prohibida y alianzas al borde del colapso, su única certeza es el peligro constante. Varek, su hermano inmortal y despiadado, y Sariel, un vampiro nacido de los muertos, son piezas clave en un juego sangriento donde la familia puede ser la mayor amenaza. Pero cuando Aisha, una joven con un vínculo enigmático con su pasado, irrumpe en su vida, despierta fuerzas que ni siquiera él puede controlar. Con una profecía sellando su destino y las sombras revelando su verdadero origen, Sanathiel deberá elegir entre redención o venganza… entre proteger lo que ama o ser consumido por su legado. "Sanathiel: Entre lobos y sombras, su pasado lo persigue." Una historia de magia, sangre y pasión donde la supervivencia choca con los lazos de sangre, y el amor puede ser la maldición más peligrosa de todas.
Leer másLuciano Kerens no eligió nacer entre cicatrices. Fue hijo del silencio que dejaron las guerras, un huérfano que aprendió a morder la vida antes de que la vida lo mordiera. En el Pueblo Esperanza del Ciervo, donde creció, lo llamaron imprudente por robar pan para alimentar a Kevs —su hermano sin sangre—, e ingenuo por creer que algún día ese lugar lo aceptaría. Pero la verdadera imprudencia fue descubrir la cripta oculta en el bosque, sus muros carcomidos por el tiempo y repletos de oro maldito. Robaron juntos, Kevs y él, convencidos de que el mundo les debía algo a cambio de tanta hambre.
Con el botín, compraron una cabaña cerca de un convento. Allí, Luciano conoció a Beatrice, una novicia de sonrisa quebradiza y manos marcadas por los rezos. La sedujo entre sombras, entre susurros de salmos y secretos compartidos bajo la luna llena. Ella, ahogada por votos que no eligió, se dejó amar. Y cuando el vientre de Beatrice se hinchó de vida, Luciano cometió su segundo error: liberó a Azael, un demonio encerrado en la cripta, creyendo que su poder protegería a la niña que vendría.
La pequeña nació con ojos de ámbar y un medallón lunar grabado en el pecho, un sello del pacto. Pero el convento no perdonó. Acusaron a la niña de herejía, la entregaron a la turba, y Luciano llegó justo para ver cómo las llamas devoraban el cuerpo de su hija. Beatrice, colgada de las vigas de su celda, fue su tercer error.
Regresó a la cripta, pero no para robar. Invocó a Azael entre reliquias saqueadas y gritos ahogados:
—¡Toma mi alma, pero devuélveme lo que me arrebataron!
El demonio rio, señalando el medallón de la niña enterrada:
—Tus hijos pelearán hasta que solo uno quede. Y tú, Luciano, serás el látigo que los azote.
El fuego verde del pacto, eco de los pecados que Luciano arrastraba como cadenas, le talló runas en la piel. Cada símbolo brillaba con el resplandor de sus remordimientos, quemando más allá de la carne. Pero el verdadero dolor fue ver a Kevs —ahora Moira—, huir con el medallón de la niña, su ojo izquierdo ahora una ventana a los hilos del destino, guardando la reliquia como una promesa rota.
Años después, convertido en vampiro, Luciano repitió su patrón de errores. Encontró a Noah, un joven a punto de morir, y lo mordió condenando a convertirse en su sombra. Noah lo odió, pero la deuda los unió. Y cuando Moira le habló de Sanathiel, un lobo blanco marcado con el mismo medallón lunar, Luciano incendió el Pueblo Esperanza del Ciervo, creyendo que controlaba el juego.
Pero el juego lo controlaba Azael.
En las llamas verdes que reflejaban su propia culpa, Sanathiel despertó con memorias ajenas: una ciudad en ruinas, hermanos que gritaban su nombre, y el medallón ardiendo con el mismo fulgor verdoso que consumía a Luciano, un recordatorio de que ambos eran eslabones de la misma cadena. "Eres mi obra maestra", susurraba el demonio, mientras las llamas dibujaban en el aire siluetas de la hija enterrada.
Luciano, oculto en las sombras, observó. Las runas en su piel palpitaban al unísono del medallón, y en los ojos dorados de Sanathiel, vio no solo a su hija, sino el reflejo del fuego que alguna vez creyó poder controlar. En el medallón, la promesa de un destino que ni el amor ni la venganza podrían alterar: un ciclo de ceniza y culpa, alimentado por el verde de las llamas que ambos compartían.
Este no es un relato de héroes. Es la confesión de un hombre que intercambió sus cicatrices por runas, sus lágrimas por fuego, y su nombre por una maldición: Kerens, el Desterrado, el lazo que une a las piezas de un juego donde solo el demonio sonríe.
¿Su pecado original? Creer que el amor —ese mismo que ahora ardía en el pecho de Sanathiel como una llama verde— bastaría para redimir a un hombre.
¿Su castigo? Ver cómo ese mismo amor teñía de verde las piras, alimentando un fuego que jamás se apagaría.
“Cuando el cielo se parta, sabrás que el Edén fue una mentira.”El campo de batalla estaba teñido de sangre y caos. Los Nevri más viejos, exhaustos pero implacables, acababan con los vampiros creados por la comunidad de los Trece. Sus movimientos, aunque más lentos y pesados, conservaban una precisión mortal. Sin embargo, cada golpe y cada mordida dejaban entrever su desgaste, como si el peso de la guerra les arrancara años de vida.Los Nevri más jóvenes retrocedían, buscando refugio tras Sanathiel, quien se erguía como su última línea de defensa. Su pelaje blanco, manchado de sangre, no opacaba la fuerza y liderazgo que aún emanaban de él.La escena se tornó aún más
El cielo, teñido de un rojo profundo, parecía una herida abierta sobre la ciudad. Las luces de los rascacielos titilaban tenuemente, proyectando sombras alargadas que se movían como si tuvieran vida propia. A medida que la intensidad de la luz artificial descendía rápidamente, la luna en su punto más alto dominaba la escena, como una sentencia ineludible.Desde las alturas, la ciudad era un infierno: criaturas grotescas llenaban las calles. Los licántropos, de un tamaño descomunal y pelaje rojizo, se devoraban entre sí, irracionales y hambrientos. A su lado, los vampiros deformados, con sus cuerpos esqueléticos, ojos negros y columnas sobresalientes, se movían como una plaga imparable, sin lealtad ni propósito más que destruir.En medio de ese caos, Sanathiel, en su forma de lobo blanco, lideraba a los Nevri como un faro de esperanza. Su pelaje brillaba bajo la luz de la luna, y con un rugido ensordecedor, ordenó a su manada dispersarse.—¡No dejen que estas abominaciones avancen! ¡Pr
La oscuridad lo cubría todo. El sol no se alzó aquella mañana, y Sanathiel, con los ojos clavados en el horizonte, sintió el peso de la pérdida como un golpe en el pecho. Varek había caído, y con él, la última barrera que separaba al mundo humano del caos absoluto.—El día no llegará, —susurró, su voz un eco entre los suspiros de los Nevri a su alrededor.Aullidos desgarradores rompieron el silencio. Bestias surgían de todas partes, criaturas descomunales con piel pegada a sus huesos y ojos rojos como brasas, mientras los chupasangres creados por la comunidad de los Trece se lanzaban sobre todo ser vivo a su alcance. Desde las sombras, Darían, el estratega detrás de la invasión, observaba con una sonrisa.—Todo se lleva como se planeó. Fase final. —Su voz resonó, sus órdenes movilizando a las hordas.El caos envolvía al mundo humano. Ciudades ardían, los gritos de los inocentes se entremezclaban con el rugido de las bestias. Sanathiel sabía que este era el fin, a menos que actuará.S
El calor del fuego azul lo llenaba todo, retumbando en el aire como una tormenta viva. Las paredes del lugar, ya agrietadas por la presión del caos desatado, comenzaron a desmoronarse mientras las figuras de Sariel y Varek se alzaban como titanes en un enfrentamiento final. Sanathiel y Salomón, que hasta ese momento habían luchado con ferocidad, se vieron obligados a retroceder cuando Varek levantó una mano en señal de alto.—Lo siento, hermano, pero esta pelea... es mía. —La voz de Varek resonó con un eco sobrenatural, mezclada con dolor y determinación.Antes de que Sanathiel pudiera detenerlo, Varek se impulsó hacia Sariel. Su espada, bañada en su propia sangre inmortal, atravesó el pecho de Sariel. La oscuridad que envolvía el lugar pareció encogerse, cediendo momentáneamente, pero en el último instante, Sariel se tambaleó y la oscuridad volvió a expandirse como una bestia herida. Varek, atrapado en el colapso de su enemigo, lo sostuvo en sus brazos mientras ambos descendían al su
El fuego azul crepitaba alrededor del cuerpo de Sariel, iluminando la oscuridad con un resplandor abrasador. Su figura se tambaleó antes de caer de rodillas, la energía desbordante quemando incluso el suelo a su alrededor. Sanathiel y Varek intentaron acercarse, pero Sariel levantó una mano. Desde las profundidades del suelo, gruesas cadenas de oscuridad emergieron, atrayendo a sus hermanos como presas atrapadas en una trampa inevitable.Los ojos de Sariel destellaron rojos, pero en su expresión apareció algo más. Por un breve momento, Rasen emergió. Su rostro mostró desesperación, como si estuviera atrapado en un torrente de emociones opuestas. Entonces, la voz de Sariel resonó, entremezclada con la de Rasen, como si fueran uno solo.—Finalmente... completo. —El tono era una mezcla de satisfacción y agonía.Sariel movió sus dedos, y las cadenas que aprisionaban a Varek se apretaron con una fuerza brutal, haciéndolo caer de rodillas.—Siempre has intentado detenerme, hermano. Pero est
Aisha sintió cómo la presión del aire a su alrededor disminuye. Aunque su cuerpo aún estaba débil, sus pasos comenzaron a recuperar firmeza. Skiller intentó detenerla, su voz teñida de preocupación.—¡Aisha, no puedes ir sola! —gritó mientras ella avanzaba, apartándose con una mirada decidida.—Si no regreso, Sanathiel y Varek morirán. Y eso no lo permitiré.La determinación en su voz fue un golpe seco. Skiller se quedó inmóvil, incapaz de replicar. Aisha corrió hacia las imponentes puertas al final del pasillo. Las p
Último capítulo