74. DEBO IR AL SANTUARIO
Zayden despertó.
No necesitaba girarme para saberlo. Su energía era un hilo invisible que siempre me encontraba. Sentí el leve crujido del colchón cuando se incorporó. Escuché el silencio entre sus latidos, esa contención que solo él tenía cuando algo lo conmovía profundamente.
—Lyra… —su voz fue apenas un suspiro quebrado—. No puede ser…
Me giré despacio, y al ver su rostro, supe que él creía que aún soñaba. Sus ojos, siempre fieros, estaban abiertos de par en par, como si temiera que yo desapareciera al parpadear.
—No soy un sueño —susurré.
Él se levantó con torpeza, como si su cuerpo dudara de lo que sus sentidos percibían. Se acercó hasta mí y alzó una mano. Sus dedos tocaron mi mejilla y en ese instante, una chispa recorrió mi piel. El vínculo vibró entre nosotros, como una cuerda antigua que nunca se había roto.
El aire entre los dos se volvió sagrado.
—Eres tú… —dijo, con la voz rota de emoción—. Dioses, eres tú.
Me envolvió en sus brazos y se aferró a mí como si pudiera perder