88. EN EL CUERPO DEL BETA
CLARK
Sentí que algo en mí se aquietaba en cuanto mis labios tocaron los suyos.
Ese beso… no fue dulce ni perfecto, pero sí fue mío.
Fue un ancla en medio del caos, una certeza que me sostuvo incluso sobre el hedor nauseabundo que aún la cubre, ese olor a él que me revuelve las entrañas.
Duncan.
Puedo olerlo en cada fibra de su ropa, en cada mechón de su cabello.
Y me enferma.
Pero por encima de todo, la siento a ella.
Su cuerpo me reconoce, incluso si su mente todavía intenta negar lo que somos.
Su alma… su alma me pertenece del mismo modo que la mía es suya, y nada, ni siquiera esa sombra que la tocó, podrá arrebatármela.
Ahora está en mis brazos.
Y no pienso soltarla.
La llevaré a donde debe estar: a casa. A nuestro hogar.
Allí, donde su olor volverá a ser el mío y de nadie más.
No sé cuánto tiempo duré contemplándola, hasta que un grito masculino de dolor me arrancó de mis pensamientos.
No es la voz de mi Alfa, y eso me alivia.
El rugido de él, el crujir de madera y vidrio, el eco