La oscuridad del nuevo mundo de Caleb comenzó a tragárselo sin que él se diera cuenta. Cada día se levantaba con la misma excusa para Rous: “voy al trabajo de construcción, volveré tarde”.
Pero la verdad se ocultaba detrás de talleres abandonados, almacenes sin nombre y calles donde los murmullos eran más fuertes que la ley.
Era mediodía cuando Lucio lo recogió en una camioneta negra, los vidrios polarizados, el silencio como un pacto. —Hoy no hay margen de error, Caleb —dijo sin mirarlo—. El cargamento va directo al hospital San Gerardo. No al edificio, claro… al sótano. Ahí abajo hay doctores que no solo curan heridas. ¡Curan necesidades!
Caleb frunció el ceño. —¿Drogas en un hospital?
Lucio sonrió apenas, con esa mueca que parecía no tener alma. —Los mejores clientes siempre están donde la moral se vende al mejor postor.
El trayecto fue un descenso al infierno. Al llegar, los recibió un guardia vestido de enfermero. Sin una palabra, abrió la puerta trasera del vehículo. Dentro, paq