La respiración de ambos seguía entrecortada, atrapada en el aire tibio de la habitación.
El silencio posterior al timbre del teléfono pesaba como una verdad a punto de revelarse.
Caleb parpadeó un par de veces, intentando ordenar sus pensamientos, antes de forzar una sonrisa. —Ah… —balbuceó, pasando una mano por su nuca—, se me había olvidado por completo.
Rous lo miró confundida, el ceño apenas fruncido mientras el brillo tenue de la lámpara se reflejaba en sus ojos. —¿Olvidado? ¿Desde cuándo tienes un teléfono?
Caleb respiró hondo y se sentó a su lado, con la calma ensayada de quien sabe mentir por necesidad, no por costumbre. —En el nuevo trabajo… el de construcción —dijo, con voz segura—. Me lo entregaron para mantener comunicación con los encargados. Pero no estoy acostumbrado a usarlo… por eso ni recordaba que lo traía encima.
Rous lo observó unos segundos más, buscando en su rostro algún rastro de duda.
Pero lo único que encontró fue esa mirada suya, cálida y protectora, la mis