Alejandro suplicó para que le permitiera quedarse el tiempo necesario o en el mejor de los casos, hasta que ella se recupere por completo. Pero esa niña es demasiado testaruda y no olvida lo que han hecho.
—No puedes hacerlo porque me odias, Alejandro. ¿Ya se te olvidó que yo no valgo nada? Tu y yo ya no somos nada, tu así lo quisiste. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión y de la noche a la mañana preocuparte por mí?
Cuestionó.
—El amor que siento por ti es lo que me ha hecho cambiar de opinión.
Escucha, no sé que haya pasado con aquel maldito que se presentó como tu esposo. Al enterarme de que no estás viviendo con él, he decido mudarme contigo.
—No te molestes en hacerlo. Trabajo en una empresa de renombre y, creo que una de sus políticas es apoyar a sus empleados en caso de enfermedad. ¿No es cierto, jefe?
—Abril…
—Espera. Ya que estás aquí, quiero solicitar un adelanto de dinero para contratar a una cuidadora.
—No lo apruebo. Al menos déjame velar por ti la primera semana, luego de