Alejandro es el hijo único de la familia Alvarado. Su rebeldía de niño rico lo caracteriza y lo hace ser el dolor de cabeza de sus padres. Comprometido con Gabriela, una modelo de talla internacional a la que solo le importa su estatus en el mundo de los ricos. Abril es la nueva sirvienta de la casa, una chica muy amable, hermosa y sobre todo inteligente. Solo tiene una debilidad: ser pobre y huérfana, no tiene a nadie más que a su madrina que decidió traerla cuando los padres fallecieron. A pesar de las advertencias que les hicieron de no enamorarse, el destino les tiene preparada una sorpresa. Ellos terminan envueltos en una relación no aceptada por sus familiares. ¿Será que el amor no mide consecuencias? Te invito a que te quedes y disfrutes de un romance con la sirvienta.
Leer más—Hola, Ángela —contestó Ava perezosa, recostada en su cama, estaba a punto de conciliar el sueño cuando escuchó su teléfono móvil.
—Hija, perdóname por ser tan débil. Si algo me llegará a pasar, cuida de tu hermana. Tú eres fuerte y encontrarás la felicidad al lado de alguien que realmente te demuestre amor.
—¡Mamá! ¿Qué dices? ¿Sabes que no creo en el amor? ¿Dónde estás? ¿Dime ahora mismo que voy por ti? —se levantó asustada, escuchando la voz quebrada de su madre como si estuviera llorando.
—¡Soy masoquista! Como continuamente me lo recriminas. Dejé mi comodidad y abandoné a mi familia por Sergio —hizo una pausa para tomar aire—-. Siempre creyendo en el amor de tu padre, he aguantado engaños y malos tratos. Pero él siempre me convence de que va a cambiar y como una ilusa vuelvo a caer. No me justifico, pero tu papá fue el único hombre al que he amado y amaré hasta la muerte.
—¡Mamá! ¿Por qué dices eso ahora? ¿Viste a papá con otra mujer? —expresó con el teléfono en la oreja mientras se vestía apresuradamente.
—Sí, hija, lo seguí hasta un hotel, lo vi entrar en una habitación. Esperé un rato y al tocar la puerta, el muy sínico abrió, estaba desnudo frente a mí, empujé la puerta y vi a una mujer acostada en la cama. Estoy cansada de creerle todas sus mentiras y ayudarlo cuando se mete en problemas.
—¡Mamá! ¿Dónde estás? —volvió a preguntar alterada.
—Estoy en mi carro conduciendo. Tu papá viene en su carro detrás de mí. Estoy cansada de escuchar tantas mentiras. ¡Hija! Perdóname.
Fue lo último que escuchó Ava antes de sentir un estruendo. El teléfono se le cayó de la oreja y sus lágrimas salían desesperadas recorriendo sus mejillas.
—¡No! ¡No! ¡No, Ángela! ¿Qué locura has hecho? —gritó, con la voz temblando de angustia.
Los malos pensamientos inmutaban su cabeza. Desesperada, tomó las llaves de su carro y bajó a toda prisa por las escaleras. Salió de su casa, cerrando la puerta de su Fiat Panda plateado. Encendió el motor y, sin rumbo fijo, comenzó a conducir por las calles de Alhambra, un tranquilo pueblo en las afueras de Florida. Cuando conducía, Ava vio un accidente en el tramo contrario al que ella conducía. De lejos, vio el carro de su papá estacionado a un lado de la carretera, y un escalofrío recorrió su cuerpo. A toda velocidad, buscó un cruce y retornó. Cuando estaba cerca, estacionó y miró el carro de su mamá destruido en la parte delantera. Allí sus piernas flaquearon. Como pudo, corrió, y uno de los bomberos la detuvo.
—Señorita, no puede pasar. Esta es un área restringida.
—¡Es mi mamá la que está en ese carro! Déjeme verla, por favor, ¡Mi mamá! ¿Dime cómo estás? ¿Solo quiero saber cómo se encuentra mi mamá? —gritaba desesperada. La incertidumbre la estaba matando.
—La señora está en estado crítico. En estos momentos la están trasladando al hospital central —respondió el socorrista, sintiendo pena por la joven que sostenía por sus brazos.
Ava se zafó de aquellos músculos, se giró corriendo hacia su carro. Cuando estaba a punto de introducirse en él, escuchó una voz apagada.
—¡Ava! ¡Hija!
Ella se giro lentamente hacia la voz, entrecerró los ojos y contestó con rabia.
—No me llames hija. Tú llevaste a mi madre a este accidente. Ahora, si estás feliz, ¿verdad? Ahora sí, no vas a tener el estorbo de mi mamá en tu camino, para salir a tomar. ¿Por qué, papá? ¿Por qué tenías que engañarla otra vez con mujeres de la mala vida? ¿Por qué no le diste el divorcio cuando te lo pidió y le ahorrabas tus humillaciones?
—¡Hija! Esto fue un accidente. Ella chocó con una de las barandillas de la carretera. A mí no me vas a echar la culpa, y la relación que tengo con tu mamá es entre nosotros dos. Tu mocosa, a mí me respetas. ¡Soy tu padre, quieras o no! —soltó Sergio, indignado por la altanería de su hija.
—Vaya, padre, que me he gastado, uno que hace sufrir a una mujer por tantos años, que no trabaja porque según lo despiden sin justificación. Que se la pasa en clubes nocturnos teniendo esposa y dos hijas. Siempre engañando a Ángela con sus mentiras baratas. Ahora, ¿qué escusas vas a dar al ella encontrarte con otra mujer? —dijo en voz alta, sintiendo como su sangre hervía por todo su cuerpo.
—Las cosas no son así, Ava. ¿De qué mujer hablas? —Sergio estaba pálido, dio un paso hacia su hija, pero se detuvo al escucharla decir.
—A mí no me engañas, papá. Mi Ángela, antes del accidente, me llamó y me contó que te encontró con una mujerzuela y que tú la perseguías. ¡Sabes! No voy a seguir perdiendo el tiempo contigo — Le dio la espalda, se subió a su carro y condujo a toda velocidad hacia el hospital. Al llegar, salió de carro y corrió hacia el mostrador de urgencias.
—¡Por favor! Mi mamá... —Intentó tomar aire, pero las palabras se le quebraron en la garganta—. ¿Dónde está la señora Ángela Johnson? La que ingresaron por un accidente automovilístico hace unos cuantos minutos, ella es mi madre.
La enfermera, al otro lado del mostrador, alzó la vista. Acostumbrada a ver rostros llenos de angustia, respondió con calma.
—La están atendiendo en la sala dos. —Señaló un pasillo a su izquierda—. Por favor, espere afuera mientras los médicos la evalúan.
Ava corrió por el pasillo y se dejó caer en una de las sillas frente a la puerta. Cada segundo le pesaba como una eternidad. De pronto, las puertas se abrieron, y un médico salió con expresión seria. Ava se levantó de golpe, sintiendo que apenas podía sostenerse en pie.
—Doctor, ¿cómo está la señora Ángela Johnson? —preguntó con voz temblorosa—. Soy su hija.
—Señorita, mantenga la calma. Su mamá llegó en muy mal estado y, lamentablemente, su corazón no resistió. Falleció antes de ser llevada a quirófano.
Ava cayó de rodillas en aquel piso frío de la sala de emergencia, y por primera vez experimentó un dolor punzante en el corazón, que no la dejaba respirar. Con dificultad empezó a balbucear.
—Ángela. ¿Por qué nos dejaste? Tus hijas te amamos, te necesitamos en nuestras vidas. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué tuviste que salir otra vez de la casa a buscar a ese sin vergüenza? —se colocó las manos en su pecho, y una cascada de sentimientos rodaban por su cara—. Ahora sí, nos dejaste solas.
El doctor, al ver la escena, se acercó y se inclinó para levantar a Ava, camino con ella hacia una camilla y la recostó. Una enfermera llegó a ellos.
—Leticia, colócale un calmante a la joven y quédate con ella hasta que se sienta mejor.
La enfermera le colocó una inyección, y allí permaneció con ella hasta que se calmó.
Ava se quedó en silencio. En su corazón había mucho rencor con su padre y decepción con su madre, que prefirió morir antes que a ellas.
—¿Y ahora cómo se lo digo a Olivia? —murmuró, con la voz quebrada, mientras su mirada se perdía en el techo de la habitación.
El miedo y el dolor se aferraban a su pecho como un peso insoportable. Sin su mamá, se sentía perdida, incapaz de imaginar qué sería de ellas ahora. Porque con su padre no contaban.
—Señorita, lamento su pérdida, tiene que ser fuerte, sus familiares la necesitan estable, solo Dios y el tiempo la ayudan a recordar a su madre sin dolor —manifestó la enfermera con tranquilidad en la mirada.
—Gracias —murmuró Ava, esforzándose por mantener la compostura mientras una mueca de tristeza deformaba sus labios. Se levantó de la camilla, con manos temblorosas acomodó su ropa y limpió sus lágrimas con la manga de su suéter. Sin decir una palabra más, caminó hacia la salida del hospital. Tenía que preparar el funeral de su madre.
ALEJANDRODesperté con un brazo entumecido. Mi chica… mi adorada mujer estaba durmiendo sobre él y joder, dolía pero a la vez era satisfactorio tenerla junto a mí. Completamente desnuda, solo la sabana que nos cubre a ambos de la cintura para abajo. Anoche la follé hasta que cayó desmayada, yo quería continuar, hace tiempo que no estaba con una mujer y ella me provoca estar las veinticuatro horas del día metiendo mi pene en su deliciosa panocha.He subido al cielo con solo estar con ella. ¡Caramba, qué mujer tan seductora!Ella se remueve en la cama. Antes de que abriera los ojos yo ya la estaba besando y queriendo hundirme en ella nuevamente.—¿Puedo ir al baño? juro que me haré pipí ahora mismo sino te apartas de mí.Dijo con una sonrisa de malhumor.—Si necesitas ayuda estoy para ayudarte.Le coquetee.A lo que ella respondió.—Creo que… sí. Necesitaré ayuda porque un maldito idiota me jodió toda la noche y ahora siento como si todo mi cuerpo estuviera molido.—Y eso que no has vis
Al sentirse acorralada por aquellos brazos, ella se estremeció, pero mucho más por el soplido que el hombre le dio en el cuello.—Estás preciosa—. Susurró al mismo tiempo.Ella ya sabía de quien se trataba, el olor a su perfume favorito lo delataba.Se quedó quieta por unos segundos, disfrutando lo que hace mucho deseaba que sucediera.—Suéltame, Alejandro—. Pidió cuando cayó en cuenta de que se habían convertido en el centro de atención.—¿Y si les decimos a todos que, nos amamos?—Eso no es cierto—. Alegó ella y se alejó para disimular que todo había sido un mal entendido.Alejandro sonríe embobado viendo como ella se aleja nerviosa por el qué dirán.—Necesitamos hablar, te espero en la suite presidencial. Si no llegas, entenderé la referencia y no volveremos a hablar de otro tema que no sea del trabajo—. Dijo en voz baja en el momento en que todo había acabado y lo mejor del baile estaba comenzando.Abril lo observó discretamente cuando se dirigió al elevador. Minutos después ella
ALEJANDROLo que mi amigo Alberto me acaba de decir me ha dejado pensativo. ¿Aún puedo recuperarla? ¿Que no se supone que fue ella la que me pidió no volver a rogar por su perdón?Todo eso me pone muy mal. Mis sentimientos por ella aún siguen intactos como el primer día en que le declaré mi amor. Pero sé que es imposible volver a estar juntos, y no porque no lo quiera, sino que...—Señor Alejandro, ha llegado este paquete con su nombre—. Me interrumpe la mismísima Abril.Ella me lo entregó y de inmediato se alejó.—“A quien se le ocurre enviarme chocolates”—. Murmuré. Estaba a punto de tirarlos a la basura cuando noté la tarjeta que venía adentro.—Sé que no te gustan… puedes devolvérmelos y lo tomaré como un detalle de tu parte. Firma: Abril.Sonreí como hace tiempo no lo hacía, sí, efectivamente, nadie más que ella conoce mis gustos. Y claro que yo también sé que esos chocolates son la marca favorita de ella. Todo lo hizo con la intención de interactuar a base de los benditos chocol
Por otro lado…El grupo de cuatro cambió desde que Abril decidió alejarse de ellos. Ahora solo los primeros tres amigos se mantienen en constante comunicación.Alberto y Gabriela ya formalizaron su relación. Pero eso le costó la vida al pequeño que crecía en el vientre de la chica. Y es que, el padre de ella se enfureció cuando se enteró que había cortado su compromiso con Alejandro porque estaba enamorada del mismo hombre que hace un par de años le habían prohibido acercarse, ya que, en ese tiempo consideraban que Alberto era pobre y no era adecuado para ellos.—Nos has defraudado. Eres la vergüenza de la familia, hubiese preferido jamás darte a luz—. Dijo su madre.—Si pretendes casarte con ese hombre, olvídate que te daré mi bendición. Te he criado para ser una mujer de sociedad, no para que te unas a un muerto de hambre—. Gritó su padre.Ellos no saben que ahora Alberto se ha convertido en el dueño de una empresa que está en el mercado bajo el nombre de otra persona con el fin de
Al tener todos los documentos listos para brindar el informe, Abril fue a la oficina de presidencia. Se acomodó bien la falda antes de entrar, comprobó que su camisa estuviera en su lugar. Tocó la puerta y entró. Allí estaba el hombre al que tanto amaba. Sentado en su silla de cuero fino, con su mirada fija en el ordenador que reposa sobre el escritorio.—He traído lo que me pidió—. Dijo con su voz nerviosa por la emoción de volver a verlo.—Está bien. Déjalos en el escritorio.—Pensé que querría que le describa a detalle el informe.—No es necesario, en cuanto yo tenga tiempo le daré un vistazo.Aquel hombre no era frio, pero tampoco le dirigía la mirada cuando hablaba.—Si no se le ofrece algo más, entonces me retiraré.—De acuerdo.Ah, por cierto. Esta noche tendré una cena con los jefes de departamento en agradecimiento por el arduo labor que hicieron en mi ausencia, también estás invitada.—Veré si puedo asistir—. Dijo, saliendo de inmediato.Además, se le hace extraño que del je
Alejandro ya estaba de cuclillas sobre el suelo y con sus manos cubría el rostro. No decía nada, solo escuchaba aquellas palabras llenas de dolor que la joven arrojaba en contra de él. Había sido feliz en los últimos días al estar junto a ella, pero escucharla desahogarse le rompió el corazón.—Merezco tu desprecio, pequeña. Yo… me iré ahora mismo, Abril. Cualquier cosa que necesites comunícate con el jefe de personal y él te ayudará con cualquier pequeño detalle que sea necesario.Se levantó del suelo, se inclinó y le besó los pies para luego salir como un perro humillado; con la cola entre las patas.Dos meses después…En el lapso de ese tiempo Abril no estuvo sola. Siempre Alejandro contrató a una señora para que estuviera al pendiente de ella y la acompañara por las noches también. Ella no se opuso porque pretende deducirlo de su salario poco a poco hasta saldar toda la deuda.De Alejandro no ha vuelto a saber nada desde aquella mañana que discutieron y le pidiera que saliera de s
Último capítulo