Unavi procesó las palabras de Alfonso, tan autoritarias como esperanzadoras, con mesura. No iba a ilusionarse con tanta facilidad.
—Estoy en medio de mi turno, pero salgo en cinco horas.
—Dije que ahora.
Él la jaló una vez más.
—¡Hey, suelta a la señorita! —reclamó el cliente.
—Tú no te metas.
Ofuscado, el hombre que seguía esperando por el instagr4m, y tal vez algo más si era el héroe de la noche, cogió a Alfonso de las ropas y lo empujó sobre una mesa.
—¡No, él está convaleciente! —gritó Unavi.
Los guardias llegaron al instante y los separaron. Otro cliente, amigo del primero, intervino en contra de los guardias. Aprovechando el caos, Alfonso volvió a coger de la muñeca a Unavi y la sacó del bar.
—¡No puedes hacer esto! —reclamó ella, plantándose con firmeza.
—Ya lo estoy haciendo.
Unavi se aferró del poste de un farol.
—No puedes venir a buscarme como un salvaje. ¿No se supone que me odias?
—Por supuesto y puedo ser más salvaje todavía —la cogió de las piernas y se la echó al hom