Una actriz fracasada será contratada para robar los secretos de un exitoso CEO, pero acabará robando también su corazón. De un día para otro, el arisco mundo del espectáculo cerró sus puertas para Úrsula Narváez. Asediada por las deudas y con ansias de resurgir y alcanzar el tan esquivo estrellato, decide aceptar la riesgosa, pero suculenta oferta que cambiará su vida para siempre: ser una espía y robar valiosos secretos corporativos. Su objetivo, Alfonso Kamus, es un desconfiado, hermético, asocial y gruñón hombre de negocios, que no se dejará embaucar ni siquiera por la atractiva muchacha que llegará a su vida, por muy linda, graciosa o interesante que le parezca. No sospecha que algo más que sus secretos correrá peligro, no se puede guardar el corazón bajo llave. Ella es una actriz; él no perdonará la traición. Alejada de las luces del escenario, Úrsula no imagina que su mundo podría volverse mucho más oscuro.
Leer másTerminadas las compras, Mad y Amalia se sentaron a la mesa de la cocina a comer las galletas que entre ella y Ana habían preparado. Mad las estudió con atención antes de probarlas. En una bandeja había unas galletas preciosas, con formas bien definidas y finamente decoradas con las figuras que un colorante dibujaba sobre ellas; en la otra había unas que intentaban parecer redondas, con chispas de colores desparramadas sobre ellas y otras de chocolate embarradas por doquier. No necesitaba ser un crítico gastronómico para saber que las segundas parecían vómito de perro. Tampoco necesitaba ser detective para saber cuáles había preparado su delicada Ana y cuáles eran de la gata. No importó que llevara a la mujer a las mejores tiendas, ella se las había arreglado para escoger siempre las prendas más feas o las que menos le favorecían. Su gusto espantoso le produjo jaqueca y se tomó la molestia de escoger por ella cada vez que pudo, para salvarla del desastre de vestirse sin gracia. Aho
Terminadas las compras, Mad y Amalia se sentaron a la mesa de la cocina a comer las galletas que entre ella y Ana habían preparado. Mad las estudió con atención antes de probarlas. En una bandeja había unas galletas preciosas, con formas bien definidas y finamente decoradas con las figuras que un colorante dibujaba sobre ellas; en la otra había unas que intentaban parecer redondas, con chispas de colores desparramadas sobre ellas y otras de chocolate embarradas por doquier. No necesitaba ser un crítico gastronómico para saber que las segundas parecían vómito de perro. Tampoco necesitaba ser detective para saber cuáles había preparado su delicada Ana y cuáles eran de la gata. No importó que llevara a la mujer a las mejores tiendas, ella se las había arreglado para escoger siempre las prendas más feas o las que menos le favorecían. Su gusto espantoso le produjo jaqueca y se tomó la molestia de escoger por ella cada vez que pudo, para salvarla del desastre de vestirse sin gracia. Aho
Terminadas las compras, Mad y Amalia se sentaron a la mesa de la cocina a comer las galletas que entre ella y Ana habían preparado. Mad las estudió con atención antes de probarlas. En una bandeja había unas galletas preciosas, con formas bien definidas y finamente decoradas con las figuras que un colorante dibujaba sobre ellas; en la otra había unas que intentaban parecer redondas, con chispas de colores desparramadas sobre ellas y otras de chocolate embarradas por doquier. No necesitaba ser un crítico gastronómico para saber que las segundas parecían vómito de perro. Tampoco necesitaba ser detective para saber cuáles había preparado su delicada Ana y cuáles eran de la gata. No importó que llevara a la mujer a las mejores tiendas, ella se las había arreglado para escoger siempre las prendas más feas o las que menos le favorecían. Su gusto espantoso le produjo jaqueca y se tomó la molestia de escoger por ella cada vez que pudo, para salvarla del desastre de vestirse sin gracia. Aho
Terminadas las compras, Mad y Amalia se sentaron a la mesa de la cocina a comer las galletas que entre ella y Ana habían preparado. Mad las estudió con atención antes de probarlas. En una bandeja había unas galletas preciosas, con formas bien definidas y finamente decoradas con las figuras que un colorante dibujaba sobre ellas; en la otra había unas que intentaban parecer redondas, con chispas de colores desparramadas sobre ellas y otras de chocolate embarradas por doquier. No necesitaba ser un crítico gastronómico para saber que las segundas parecían vómito de perro. Tampoco necesitaba ser detective para saber cuáles había preparado su delicada Ana y cuáles eran de la gata. No importó que llevara a la mujer a las mejores tiendas, ella se las había arreglado para escoger siempre las prendas más feas o las que menos le favorecían. Su gusto espantoso le produjo jaqueca y se tomó la molestia de escoger por ella cada vez que pudo, para salvarla del desastre de vestirse sin gracia. Aho
El estado en que Amalia regresó de su primera misión decía mucho sobre su poco profesionalismo, pero, ¿qué más se podía esperar de ella? No era más que una vulgar ladrona, una mujer oportunista, una carroñera que aprovechaba el menor descuido para conseguir lo que quería. Su naturaleza y actuar eran entendibles. Lo que no lo era en modo alguno fue lo que hizo Mad. El primer pensamiento que cruzó su cabeza por la mañana al despertarse en su cama fue Ana. Su dulce y hermosa Ana, la mujer más buena que había conocido, una santa que se privaba de los placeres carnales para mantenerse pura y casta para él cuando llegara el momento. Y ahora la había engañado de la peor forma posible. El peor traidor, eso era Mad. —¡No puede ser! ¡No puede ser! —se aferró la cabeza, consternado, asqueado de sí mismo. Ya no sería capaz de verse ni al espejo. En un vano intento por comprender su actuar, intentó recordar lo ocurrido la noche anterior. Esperaba a la gata bebiendo un trago. Nunca perdió de vis
El estado en que Amalia regresó de su primera misión decía mucho sobre su poco profesionalismo, pero, ¿qué más se podía esperar de ella? No era más que una vulgar ladrona, una mujer oportunista, una carroñera que aprovechaba el menor descuido para conseguir lo que quería. Su naturaleza y actuar eran entendibles. Lo que no lo era en modo alguno fue lo que hizo Mad. El primer pensamiento que cruzó su cabeza por la mañana al despertarse en su cama fue Ana. Su dulce y hermosa Ana, la mujer más buena que había conocido, una santa que se privaba de los placeres carnales para mantenerse pura y casta para él cuando llegara el momento. Y ahora la había engañado de la peor forma posible. El peor traidor, eso era Mad. —¡No puede ser! ¡No puede ser! —se aferró la cabeza, consternado, asqueado de sí mismo. Ya no sería capaz de verse ni al espejo. En un vano intento por comprender su actuar, intentó recordar lo ocurrido la noche anterior. Esperaba a la gata bebiendo un trago. Nunca perdió de vis
Amalia se alejó del toque de Mad y su intrusiva mirada.—¿Quién te hizo eso?—Da igual. Compré unas pastas que nunca he probado. Voy a prepararlas con filete. ¿Es tan bueno el filete como se dice? Eso espero, era costoso, pero me mantuve dentro del presupuesto.—¿Quién fue?—Nadie importante, ya olvídalo.—Imposible. O me dices quién fue o me lo dices.—¿Y por qué te importa tanto? Ya perdí la cuenta de las veces que has intentado matarme, pero creo que van como tres.—No es lo mismo, yo nunca te golpearía.—Intentar matarme es peor.—Yo no intento matar, yo mato. A ti sólo te he asustado, nada más.—¡Y eso también es peor! Tortura psicológica.—¿Por qué proteges a tu agresor? ¿Mantienes algún vínculo afectivo con él?—¡No!—¿Entonces?—¿Y por qué quieres saber?—Porque actualmente estás bajo mi protección. No me gusta sentir que he fallado.—Esto no tiene nada que ver con Markel, así que tampoco tiene nada que ver contigo. Y sí, te ves más sexy con los tatuajes.—No cambies de tema.
—¿Qué te pasó en la mano, amor?Mad había pasado a buscar a Ana al campus donde estudiaba para pasar la tarde juntos.—Un esguince de muñeca, no es nada grave.Las vendas en la mano ocultaban los tatuajes.—¿Cómo te ha ido en tus clases?—Muy bien. Tuve calificación máxima en el trabajo que hice con mis compañeras.—Felicitaciones. Creo que te mereces un premio.Cuando llegaron a la cafetería, Mad le había comprado flores, una pulsera de plata, chocolates y hasta un sombrero. Un niño entró al lugar para vender tarjetas. Mad lo llamó para comprarle una y se la dio a Ana.—Es idea mía o hiciste algo malo.—¿De qué hablas?—Estás sobrecompensando. Todos estos regalos cuando no es navidad ni mi cumpleaños me hacen pensar que intentas aliviar alguna culpa que guardas.Vaya cerebro que tenía Ana. A todas sus extraordinarias cualidades había que añadir una inteligencia por sobre el promedio.Él solía hacer cosas malas, pero rara vez sobrecompensaba. La culpa no era algo útil de sentir y nada
El estado en que Amalia regresó de su primera misión decía mucho sobre su poco profesionalismo, pero, ¿qué más se podía esperar de ella? No era más que una vulgar ladrona, una mujer oportunista, una carroñera que aprovechaba el menor descuido para conseguir lo que quería. Su naturaleza y actuar eran entendibles.Lo que no lo era en modo alguno fue lo que hizo Mad. El primer pensamiento que cruzó su cabeza por la mañana al despertarse en su cama fue Ana. Su dulce y hermosa Ana, la mujer más buena que había conocido, una santa que se privaba de los placeres carnales para mantenerse pura y casta para él cuando llegara el momento. Y ahora la había engañado de la peor forma posible. El peor traidor, eso era Mad.—¡No puede ser! ¡No puede ser! —se aferró la cabeza, consternado, asqueado de sí mismo. Ya no sería capaz de verse ni al espejo.En un vano intento por comprender su actuar, intentó recordar lo ocurrido la noche anterior. Esperaba a la gata bebiendo un trago. Nunca perdió de vista