Úrsula cenaba con Pedro. La policía nada había averiguado todavía sobre el robo de su auto y su hermano tampoco había dicho nada que fuera de ayuda.
—Mi relación con Alfonso va de maravillas, tanto que me pidió que me fuera a vivir con él.
Pedro dejó de comer.
—¿Sin casarse? ¿Crees que la abuela lo aprobaría?
—No lo sé, ¿crees que habría aprobado que te enredaras con prestamistas y sus cenizas terminaran como garantía?
Él la miró con pesar.
—Últimamente eres muy cruel.
—Y tú muy mentiroso.
Siguieron comiendo en silencio hasta que ella volvió a hablar.
—Noté que falta uno de mis perfumes.
—Tal vez se te acabó y no lo notaste.
—Una mujer recuerda este tipo de cosas, recuerda hasta el nivel de perfume que le queda tras cada aplicación. ¿No sabes nada al respecto?
Pedro negó, sin atreverse a mirarla a los ojos.
—Me mudaré con Alfonso el viernes. A menos que, de pronto, recuerdes algo que habías olvidado mencionar.
—¿Qué podría decirte?
Úrsula le cogió una mano.
—La abuela nos enseñó que