Capítulo 5

La ciudad resplandecía con un brillo distinto aquella noche. Las avenidas estaban iluminadas por neones, escaparates y farolas que parecían competir entre sí para captar la atención de los transeúntes. Adriana caminaba con paso seguro, vestida con un elegante vestido negro de seda que realzaba la intensidad de sus ojos verdes. John la esperaba frente a un restaurante de estilo francés, de esos donde los cubiertos relucen bajo lámparas de cristal y los camareros se mueven como sombras impecables.

Cuando la vio llegar, John se quedó unos segundos sin palabras.

-Estás… increíble - murmuró, con esa sinceridad que lo hacía parecer tan distinto a los hombres que Adriana había conocido.

Ella sonrió con el gesto calculado que había aprendido a la perfección, aunque por dentro una ligera calidez le recorrió el pecho.

-Y tú, muy guapo también - respondió, con voz aterciopelada.

Entraron juntos. El maître los condujo hasta una mesa junto a la ventana, con vistas a la avenida. John, ansioso pero elegante, se inclinó hacia ella apenas tomaron asiento.

-Gracias por aceptar esta cena. Quería… compartir un poco más de mí contigo - Adriana arqueó una ceja. Le divertía la forma en que él se mostraba tan vulnerable, casi como un adolescente.

- ¿Y qué tienes que contarme que sea tan importante? - John sonrió con nerviosismo. Tomó la carta, pero en lugar de leerla, se quedó observando sus manos.

- Verás, muchas veces la gente me ve y cree que tengo todo resuelto. Dinero, estudios, contactos… pero en realidad, me siento vacío la mayor parte del tiempo - Adriana lo escuchaba sin interrumpirlo.

El tono de su voz, el brillo de sus ojos cuando se abrían un poco más de lo habitual: eran detalles que registraba con precisión. Pero al mismo tiempo, algo en ella se relajaba. Había en John una honestidad difícil de encontrar y que no veía hace muchísimo tiempo.

-Mis padres siempre esperaron que siguiera el negocio familiar, pero yo… no estoy seguro de que eso sea lo que quiero y no sé cómo decírselos - continuó.

- ¿Tienes miedo de decepcionarlos? - preguntó Adriana, inclinándose apenas hacia adelante.

- Exacto. No quiero ser la oveja negra- Ella soltó una ligera risa, pero no de burla y le respondió.

- A veces ser la oveja negra es la única forma de encontrar tu propio camino - John la miró como si acabara de escuchar una revelación.

- Eso… suena a que lo dices por experiencia - Adriana no respondió enseguida. Jugó con la copa de vino que el camarero había servido, observando cómo el líquido rojo giraba bajo la luz.

- Digamos que aprendí que no siempre vale la pena cargar con el peso de lo que otros esperan o dicen de ti - El silencio que siguió no fue incómodo.

John la miraba con una mezcla de admiración y curiosidad, como si quisiera desarmarla capa por capa. Adriana, en cambio, mantenía la distancia justa: le permitía acercarse, pero nunca lo suficiente como para verla entera.

La cena transcurrió entre confesiones y risas. John le contó de su pasión secreta por la música, de cómo había aprendido a tocar piano a escondidas porque su padre lo consideraba una pérdida de tiempo. Adriana compartió pequeñas historias de su infancia, cuidadosamente seleccionadas para mostrar vulnerabilidad sin exponer heridas.

Al final, cuando la noche caía sobre la ciudad y las calles empezaban a vaciarse, John se ofreció a acompañarla a su apartamento.

-No hace falta…- dijo ella, con una sonrisa suave -… Sé cuidar de mí misma.

Él bajó la cabeza, resignado, aunque con una chispa de esperanza en la mirada.

-Lo sé… pero igual, déjame llevarte al menos hasta la puerta, quiero asegurarme de que llegues bien – le dice con esperanza a lo que ella simplemente asiente.

Caminaron juntos por la acera, conversando sobre trivialidades. Antes de despedirse, John tomó valor y le rozó la mano.

-Adriana… siento que contigo puedo ser yo mismo y eso no me pasa con nadie - Ella sostuvo su mirada unos segundos más de lo necesario.

En su interior, algo se agitó: un recordatorio incómodo de que estaba cruzando un límite que había jurado no volver a atravesar.

-Buenas noches, John - susurró, apartándose con elegancia.

Él la observó entrar al edificio, con el corazón latiendo fuerte. Adriana, en su departamento, apoyó la espalda contra la puerta cerrada y dejó escapar un suspiro.

“Es solo un juego”, se repitió. Pero por primera vez en mucho tiempo, no estaba segura de creérselo, pero negando con la cabeza, recordó su promesa… No caer nunca ante los hombres.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP