Madrid nunca había sido una ciudad tranquila, era completamente lo opuesto, pero lo que estaba ocurriendo en sus calles en los últimos días parecía transformar la ciudad en un laberinto de sombras y murmullos entre sus habitantes. A medida que los cuerpos aparecían sin cesar, las autoridades se veían impotentes, y la presión de la prensa local solo aumentaba. Nadie sabía quién estaba detrás de los asesinatos, ni qué los motivaba, pero las víctimas eran encontradas con una calma aterradora, casi como si se hubieran quedado dormidas. No había señales evidentes de lucha, ni de una agresión violenta. Era como si la muerte hubiera llegado en silencio, sin prisa, y dejado tras de sí solo el eco de un miedo creciente.
El último descubrimiento fue el más espeluznante de todos. A las tres de la mañana, un transeúnte que caminaba hacia su casa vio algo extraño en una calle poco transitada del barrio de Tetuán. Un cuerpo, tendido sobre la acera, sin signos evidentes de violencia. Al acercarse, el hombre pudo ver que el rostro de la víctima, un hombre joven, parecía sereno, casi pacífico, como si estuviera simplemente descansando allí, ajeno a todo lo que le rodeaba. Pero algo en el ambiente no encajaba y era que no estaba durmiendo después de una noche de borrachera, sino que estaba sin vida tirado en la acera. La noticia se difundió rápidamente por todas las personas del sector. Los medios de comunicación comenzaron a hablar de un asesino que operaba con una frialdad deshumanizada. El misterio detrás de las muertes se profundizó cuando, a las pocas horas, otro cuerpo fue hallado, esta vez cerca de un restaurante de lujo en el centro de la ciudad. Esta vez, la víctima era un hombre de unos cincuenta años, conocido en el sector financiero. Igual que la anterior, no había señales de lucha. Igual que la anterior, el rostro de la víctima era inexpresivo, como si hubiera aceptado su destino con una resignación casi placentera. Nadie había escuchado nada. Nadie había visto nada. Las autoridades estaban desconcertadas. El detective Carlos Serrano, quien estaba a cargo de la investigación, no encontraba ninguna pista que lo guiara hacia el asesino. No había testigos, no había huellas, ni ADN que pudiera vincular a una persona en específica y era algo que lo tenía por completo descolocado. Los cuerpos aparecían sin conexión aparente, en lugares diferentes, a horas distintas, pero todos compartían la misma peculiaridad: estaban colocados de una manera que no parecía aleatoria. Parecía como si alguien los estuviera depositando en esos lugares con un propósito muy definido, pero sin dejar rastro de su presencia. La ciudad comenzaba a entrar en pánico por estas extrañas muertes que estaban sucediendo. La gente se mantenía a salvo en sus hogares, y las autoridades intentaban calmar a la población, pero la sensación de desasosiego era palpable. El miedo comenzaba a calar hondo en los ciudadanos, quienes se preguntaban si en algún momento serían los siguientes en encontrarse con una muerte repentina y sin una explicación aparente. Adriana observaba todo desde la distancia. Desde la comodidad de su apartamento, el caos de la ciudad parecía una obra ajena, un espectáculo en el que ella no necesitaba involucrarse, ya que realmente no le interesaba lo que sucediera con los demás, ella solo se preocupaba por sí misma. Como siempre, se mantenía distante, observando cómo el pánico se extendía por las calles, cómo las personas hablaban en sus teléfonos móviles, cómo se intercambiaban teorías, cómo el miedo crecía con cada minuto que avanzaba en el reloj. La ciudad parecía haberse desmoronado bajo la presión de los eventos, y ella, sentada en su sillón, veía las noticias y la información que iban entregando. No era anormal que alguna persona apareciera asesinada, era cosa de casi todos los días, pero lo que sí era extraño, eran las circunstancias en las que cada uno de ellos fueron encontrados, eso a información que la policía estaba entregando a la población. Ella observaba en silencio todo lo que sucedía y sin inmutarse a nada, no era porque no le pareciera preocupante esas personas muertas encontradas en medio de la nada, sino, que simplemente ya se había acostumbrado a aquello, venía de una ciudad mucha más caótica que aquella donde lo que se vivió hoy, antes, era el pan de cada día. Pero afuera, la policía estaba desbordada con todos los acontecimientos recientes. En la estación central, los oficiales se reunían para discutir las últimas novedades de ambos casos. El comisario García, uno de los más experimentados, miraba los informes con una creciente frustración. Ya no se trataba de un simple caso. Había algo más en juego, algo más profundo que los simples asesinatos que estaban ocurriendo. -Estamos perdiendo el control… - dijo García, mirando a su equipo. Serrano escuchaba en silencio - …Esto no es normal. No hay huellas, no hay evidencia. Solo cuerpos, y eso nos lleva a ninguna parte, lo que está preocupando a los habitantes de la ciudad. Sin respuesta alguna a los sucesos, estamos quedando mal vistos y las personas con miedo – soltó con frustración. - ¿Qué hacemos ahora? - preguntó una de las detectives junior, visiblemente preocupada por todo esto. -No lo sé. Seguimos buscando, pero algo me dice que este asesino sabe exactamente lo que está haciendo. No está cometiendo errores, ya que no ha dejado absolutamente nada al azar – dice García. Mientras tanto, en los rincones más oscuros de la ciudad, el miedo no cesaba. Los bares, una vez llenos de vida, ahora estaban casi vacíos. La gente se refugiaba en sus casas antes de que cayera la noche por miedo a que les sucediera algo, y los comercios cerraban temprano para evitar cualquier inconveniente, era como si la oscuridad trajera consigo una amenaza tangible e inmediata. La vida nocturna, tan característica de Madrid, había sido reemplazada por un silencio incómodo que solo el viento lo acompañaba. Pero Adriana, desde su apartamento observaba en lo que se había convertido esta vibrante ciudad. La ciudad podía quebrarse, pero ella no, ella estaba ajena a todo lo que los demás pensaban, pero al igual que los demás, se recluyó en su departamento y se quedó entre sus cuatro paredes a esperar a que la ciudad se calmara. A la mañana siguiente, el pánico se había intensificado aún más. El último cadáver encontrado cerca del restaurante de lujo había sido identificado como un importante ejecutivo de una de las grandes corporaciones de la ciudad. La noticia llegó rápidamente a todos los rincones de Madrid. Los periódicos no tardaron en publicar historias que se alimentaban del miedo, teorías sobre un asesino frío y calculador, sobre un ser que parecía moverse con total libertad por la ciudad, sin que nadie pudiera detenerlo. Se sentían desprotegidos. Serrano, con la mente nublada por la presión, intentaba juntar las piezas del rompecabezas, al menos las que tenía hasta el momento y que para su malestar, no eran suficientes. Las escenas de los crímenes eran inquietantes, pero no había nada que lo acercara a una respuesta, a algo más concreto. El asesino no dejaba huellas, no cometía errores, era sumamente inteligente y sigiloso. Era como si simplemente hubiera desaparecido después de cada uno de sus actos, como un fantasma que se desvanecía al contacto con la luz, como una sombra que recorría las calles sin ser perceptible al ojo humano. Adriana, ni se inmutaba ante los nuevos acontecimientos, pensaba que las personas estaban exagerando, ya que, por algún motivo u otro, las personas mueren todos los días, no creía que fuera algo tan preocupante. Pero de igual manera se mantenía resguardada y a diferencia de los demás, mantiene la calma ante la tormenta que se estaba comenzando a desarrollar en el exterior de sus cuatro paredes. De la nada e interrumpiendo sus pensamientos, el teléfono de su apartamento vibró. Era un mensaje. Solo decía: "¿Nos vemos hoy?" Adriana sonrió, apagó el teléfono, y se levantó de su silla sin dejar de admirar la bella ciudad que se desplegaba ante sus ojos verdes. La ciudad seguía cayendo en la desesperación, pero ella seguía siendo una figura distante, una presencia que no se dejaba atrapar, los años, pero por, sobre todo, su vida antes de arrancar de San Gregorio la habían preparado para no sentir y simplemente vivir en su burbuja perfectamente diseñada y mientras las calles se llenaban de incertidumbre, ella simplemente esperaba, en su mundo perfecto, observando como siempre lo había hecho sin dejarse apagar.