Una dulce amenaza.

Entro a la habitación secándome el cabello, con una toalla colgada a mi cintura, y Sol despierta.

—Me duele el cuerpo —gimotea, estirándose.

Algunos de sus huesos hacen un sonido crujiente. Me mira, subiendo la sábana hasta cubrirse la cara.

—¿E-estabas ahí?—sus ojitos hinchados me miran.

—Pensé que me hablabas a mí—digo con sorna.

—Ah... hablé sola—esa voz tan tierna que me golpea con dureza.

—¿Por qué te cubres el rostro? ¿Tiene algo nuevo que no haya visto?—

—E-es que estoy fea...—me acerco sentándome a su lado.

Suelto una carcajada y le arrebato la sábana, subiéndome sobre ella sin presionarla, dejando mis manos a cada lado de su cuerpo.

—¿Te sientes mejor? —giro un poco la cabeza analizándola.

—Sol...—

Sus ojos viajan a mi abdomen y vuelven a mis ojos. Me dejo caer sobre ella, separando sus piernas para no lastimarle la rodilla.

—Esos ojos tuyos son traviesos —le doy un beso en la mejilla y otro en el cuello.

Tiembla.

¿Qué tanto me deseaba Sol para ser tan sensible a un toque sua
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