Me hospedé en un hotel cinco estrellas donde ya tenía mi reserva. Los jamaicanos insistieron en pagar mi estadía, pero no se los permití. No pretendía quedarme una semana entera solo porque ellos lo cubrieran todo.
Ya era de noche y esa misma noche nos reuniríamos en el restaurante del hotel. Caminaba con porte y elegancia, acompañado de mis hombres. Las miradas se clavaban en mí; algunas mujeres sonreían, otras simplemente no podían evitar observarme. Pero yo no pensaba en nadie más que en Sol. Cuando llegué al hotel, lo primero que hice fue llamarla.
Me dijo que estaba en el estudio y que ya me extrañaba. Sabía que no volvería a casa en varios días.
Nos reímos un poco. Era bueno escucharla mejor, aunque llorara a escondidas creyendo que no me daba cuenta. Se recuperaba rápido, tampoco es que le diera mucho tiempo para pensar.
Sol y yo nos estábamos involucrando demasiado. No era normal este desorden en mi pecho y estómago cada vez que pensaba en ella.
—Señor Dante, ¿qué tal el viaje