Sol lleva los ojos vendados mientras Dante la observa con devoción. Lleva vaqueros holgados y, como siempre, una camiseta infantil para su gusto.
Aun así, no se molestó porque tuvo que colocarse una chaqueta, pero su hermosa cintura se veía de frente.
Mañana era su cumpleaños y quería llevarla a un restaurante de lujo y a una galería de arte.
Ella mueve la pierna ansiosa y se muerde la esquina de la uña del pulgar, le saca el dedo de la boca y le toca la pierna.
—Tranquilízate —dice, con tono serio.
—Es... que no sé cómo haré para ver su cara. Aún me duele —le quita la venda de los ojos y la sostiene por la nuca con delicadeza.
—Yo entraré contigo si deseas —ella esquiva la mirada.
No quiere dejarse envolver. Aunque no le reclame nada por miedo a que la lastime, su corazón está muy herido.
—No, esto es algo que debo hacerlo sola. Es personal. Quién sabe y sea la última vez que lo vea —suspira y disimuladamente se aleja de él mirando por la ventanilla del coche.
Y él lo nota, sabe que