Dante está sentado frente a mí con Sael en brazos, dándole su biberón mientras yo amamanto a Dan. Estoy desnuda, y él solo lleva una toalla ceñida a la cintura.
Estoy nerviosa; todo mi cuerpo se hace bolita, además de lo cansada que me siento... y eso que tuvimos que parar porque los gemelos se despertaron llorando mucho.
—¿Cómo se llama este bebé? —pregunta sin mirarme, con los ojos fijos en Sael, con una devoción increíble.
—Sael. Él es Sael. Dan tiene un lunar en el hombro, igual que tú —me mira y sonríe... pero después su expresión se endurece.
—Qué orgullo —suspira—. Nunca te perdonaré que me hayas alejado de ellos tanto tiempo. Yo debí estar ahí...me perdí todas las cosas importantes.
Sael lo mira fijamente, levanta su manita y le toca el rostro, sonriéndole con sus dientitos mientras frunce la nariz y respira rápido jugando.
—Papá... —Dante cambia el rostro. Levanta su mirada hacia mí y luego hacia él.
—Sí, yo soy papá —lo alza y lo llena de besos entre risas.
Es increíble cómo